El Blog de Marco Polo Pérez Xochipa

jueves, 14 de febrero de 2008

El origen del Alebrije

Cuentan que en Oaxaca se toma el mezcal con café
dicen que la hierba le cura la mala
a mi me gusta el mole mi Soledad me va a moler
L.D.
En el año 2006 Oaxaca se sumergió en una de las crisis sociopolíticas más fuertes de su historia. En ese mismo año, cuando el conflicto se hacía más grande, conocí a una istmeña que lejos de su lugar de origen fue la que me levantó en armas, la que me metió en conflicto, la que me reconciliaba por un momento para ponerme alerta al siguiente. Su nombre era Laura ¿Cuántas Lauras había conocido yo en mi vida? Muchas, demasiadas, pero ninguna como ella, era sin temor a equivocarme la más Laura de todas las Lauras, a quien mejor le iba ese nombre, la primera persona que regresaba del recuerdo cuando alguien mencionaba esas letras, era ella lo primero con que lo relacionaba todo, la primera fantasía que me venía a la mente.

Por esos días escribía para un periódico y era inevitable tocar el tema de Oaxaca y de su conflicto, y yo que no sabía ni siquiera como llegar ahí, que no era para mi más que un lugar turístico para extranjeros que lo apreciaban más que la gente que lo tiene cerca y que como yo, nunca habían ido. Yo podía presumir de conocer muchos lugares del mundo en vuelos que duraban más de dieciocho horas, y nunca había ido a Oaxaca que estaba a menos de cuatro. Pero ahí estaba Laura, autoexiliada de ese lugar y aún así defendiéndolo siempre, defendiéndolo de todo, de los chistes ridículos, de los datos erróneos, de las diatribas históricas y de las malas pronunciaciones en su vocabulario. En sus conversaciones siempre encontraba la manera de relacionar algo de ese lugar, ponerlo de ejemplo, hacer una analogía, hacer comparaciones, y fue así como poco a poco fue metiéndome esas ganas de ir a conocer ese sitio que tanta magia ponía en sus labios, magia que transmitía en cada beso que me daba.


En mal momento la conocí, en mal momento me enamoré de ella y de su tierra, en mal momento, que inoportuno fui cuando quise conocer los porqués, los cómos y los cuandos de un pasado personal y colectivo. No sabía como hablar o escribir de ese lugar sin ofenderla, no sabía como referirme a su conflicto sin relacionarlo a mi conflicto con ella, no sabía como hablar de sus incongruencias y de sus maravillas sin traer a mi mente a todo lo contradictoriamente pacifico que era tenerla acostada en mi cama. Fue así como comenzando a escribir me di cuenta de que todo lo que sabía de ese lugar era gracias a ella, que sus besos me sabían a un mole negro que jamás había probado, que su miraba me embriagaba como mezcal y que sus brazos me envolvían tan bien como un traje de tehuana. Era Laura la primera referencia que tenía de ese lugar, era ella mi mejor fuente de información, mi base de datos, quien me deletreaba como escribir guelaguetza. Y sin embargo Laura no me daba nada de eso, todo lo tomaba sin que ella lo supiera, quizá así eran los oaxaqueños, que hasta del queso hacen bola, quizá era esa la razón de sus conflictos históricos, de no creer en nada ni en nadie más que en ellos mismos.

Al estar frente a la computadora y teclear la palabra “conflicto” y vincularlo con “Oaxaca” fue inevitable volver a ver sus ojos obscuros mirándome fijamente, como advirtiéndome que tuviera mucho cuidado con lo que iba a escribir. En ocasiones la imaginaba leyendo mis artículos, con una aparente calma a punto de desaparecer, de la misma manera que ocurría en ese lugar: Calma… calma… calma… para después sentir el golpe, el sobresalto, la metralla que silenciaba las pacificas negociaciones, obligando a replegarme, a atrincherarme para comenzara desde ahí mi contraataque.

Ahora el conflicto parece estar controlado y la secretaría de turismo nos mete a Oaxaca por todos lados, por los oídos con su música, por la boca con su pan de Yemas, con sus moles, sus tlayudas y su chocolate, por los ojos con sus bailes y los colores hipnóticos de los alebrijes, por el tacto con sus telas y el bordado de sus vestidos. Pero yo no creo en toda esa calma, si acaso está un poco controlado, como en ocasiones Laura parecía estarlo también, cosa que yo sé no era del todo cierta, pues todo el tiempo estaba latente un nuevo levantamiento.

Oaxaca por aquí y por allá, conflictos, riquezas naturales, pobreza, arte, cultura, no podía girar la cabeza y no encontrar algo de Oaxaca cerca de mi. Yo no quiero ir, no así, no sólo, prefiero esperar a que las hostilidades se reanuden y entonces irrumpir en sus calles, conocer sus costumbres y su gente, y si todo eso se diera de la mano de Laura sería lo mejor, nadie como ella para ser mi guía a través del caos. Me gustaría morir en ese lugar, en medio de la lucha por una causa, ahí donde las ofrendas a los muertos colorean y dan sabor a los decesos, ahí, en su tierra, para que así me llevara de la misma manera en que lleva a todos lados la música de Lila Downs, los cigarros y las hierbas de María Sabina, las letras de José Vasconcelos y los murales de Tamayo. Por lo menos así llegaría a invadirla de la misma manera en como ella lo hizo conmigo.

Laura se fue la mañana en la que el periódico abierto que había dejado sobre el comedor anunciaba una manifestación de la asamblea de los pueblos populares de Oaxaca, supuse que no regresaría porque se llevó todo, todo menos su alebrije en forma de gato, ese me lo dejó como un eterno recordatorio de lo conflictivo de un ser que clama por una caricia y que nunca se queda en un sólo lugar. Aún me sorprende que me lo haya dejado, ese que era su favorito, el que al igual que ella era una mezcla de todos los seres fantásticos, con alas de colores y con fuego brillante que sacaba por la boca. Me recuerda tanto a su esencia.
A veces la extraño, a veces la quiero, a veces me pregunto que habrá sido de ella, otras veces como era su costumbre se desaparece por un largo tiempo de mi memoria para emerger después de un insignificante detalle, pero hace tiempo que desistí ser el eterno testigo de su intermitencia, así que dejo que su recuerdo llegue y me haga lo que quiera, sin resistencias, sin peleas, dejándolo estar, después como siempre, solito se va.
Ahora escribiendo desde el extranjero, con una botella de vino tinto que jamás volví a compartí con nadie, siento a Oaxaca y a Laura más lejos que nunca, pero tengo sus ojos que son mi vínculo con el Istmo de Tehuantepec y con todo lo que ese lugar representa hoy en día para el mundo y para mí, que soy mi mundo.
Pronto será febrero y estaré por fin en esa carretera rumbo a Matías Romero, a muy poco de llegar a conocer por fin cual es el origen del alebrije, del demonio del ensueño que aún se aparece en mis pesadillas, y que deseo exorcizar llevándolo de vuelta al lugar del que se escapó.

Siento que Laura aún está por ahí, y eso lo sé porque el conflicto en Oaxaca aún no ha terminado.

Cuentan que en Oaxaca con agua es el chocolate
dicen que en la fiesta torito se ha de quemar
para que haga su manda por la pasion de soledad.
L.D.

Marco Polo Pérez Xochipa, Octubre 2007

viernes, 8 de febrero de 2008

El sonido del cigarro

Eliseo se sentó al borde de la cama, estaba vacío en todos los sentidos. Miraba las luces de neón a través de las cortinas de donde colgaban miles de historias, historias en las que desde ese momento él ya era parte.

Y mientras sus recuerdos traspasaban esas cortinas, la intermitente luz neón azul iluminaba parte de su cuerpo desnudo. Fue cuando escucho un ruido, lo más parecido a una braza ardiendo, apenas perceptible, volteó, y en efecto eso era, una tenue luz naranja proveniente del tabaco quemándose iluminaba por momentos la cara y parte del cuerpo de Aurora… él nunca había escuchado a un cigarro. Que tanto silencio rodeaba a ambos en ese momento para que un cigarro se escuchara, cuanta oscuridad había como para que un cigarro lo iluminara todo.

Eliseo miró salir el humo de su boca, ese olor lo excitaba aún más, de haberla conocido sólo un poco se hubiera enamorado de ella en ese momento. Cuando el humo cesó Eliseo se acercó a ella, la besó y regresó a sus brazos para volver a vaciarse de todo lo que en ese momento se había salvado de ser colgado en las cortinas y en la titilante luz de neón azul.
Esa noche la noticia llegaba desde el Vaticano: "El infierno existe"