El Blog de Marco Polo Pérez Xochipa

martes, 2 de septiembre de 2014

Los meses del silencio...

Regresar a ella era como regresar con una vieja amante de la que te separaste después de una noche juntos, y que al darle la espalda mientras buscas tus pantalones te dice: "yo sé que vas a regresar..."
Ahí estaba ella, esperándolo frente a una taza de café, con una belleza sobria, nada de excentricidades pero hermosa y seductora como siempre, con ese tipo belleza que da el encanto de lo simple, de lo sencillo, de la ausencia de dudas. Y es que no podría ser de otra manera, era el amor de toda su vida, la misma de siempre, la que curaba las heridas y mitigaba los dolores, la que acompañaba y terminaba el día abrazándola por la cintura.
Éste regreso no estaba planeado y para nada había sido fácil, más bien era un regreso del tipo accidentado y circunstancial, pero a la vez era de esos que se dan de tal manera, que al suceder uno se siente como si en realidad nunca se hubiera ido, como si siempre hubiera estado allí, juntos, empernados, hablándole al oído para despertar.
¿Cuanto tiempo podemos ir por la vida debiéndonos cosas? ¿Sintiéndonos no merecedores de magia? ¿Distrayéndonos de eso que en algún momento le daba sentido a todo?... Él aún no tenía respuesta a esas preguntas pero ella sí, ella tenía respuestas a preguntas que él le hacia justo antes de quedarse dormido, es por eso que ahora la volvía a buscar, necesitaba que ella se asomar por su hombro y mirara lo que él estaba haciendo, sólo para decirle a la vez que acariciaba su mejilla que lo encontraba diferente, que ya había crecido, que ya se cuidaba más, que su madurez había venido a poner más interesante sus encuentros, pero también aconsejándole que la ingenuidad del no saber, era algo que no debería perder del todo. Él le sonríe y la toma de la mano, no quiere que se vaya, no quiere que lo deje ir, quiere que aunque él esté con alguien más ella siga estando a su lado. No soportaría otra porción de tiempo sin ella, la mira y no sabe si ella vaya a aceptar.
Ella se toma su tiempo, siempre lo ha hecho, es celosa, no quisiera compartirlo con nadie más, pero sabe que tampoco tiene muchas opciones, al igual que él, y de la misma forma entiende que no podría pasar mucho tiempo sin que él termine regresando, buscándola, necesitándola, porque se conocen de hace tiempo, de otras vidas, han viajado juntos y conocido lugares que sólo uno con el otro han logrado descifrar.
Ambos saben que esto no será fácil, tendrían que acordar ser amantes, que ella estaría con él de forma clandestina, buscado el momento en soledad, el encuentro furtivo, juntos podrían acompañarse y tocarse mientras el acuerdo sea no volver a mencionarlo, a hablarlo.
Ella acepta, sabe que él la necesita mucho más de lo que cree, y que negarle su presencia se traduciría en un suicido, literal, literario.
Él la besa, es un beso profundo, se despide y ya la extraña, ella correspondiendo al beso le dice que aquí lo estará esperando, frente a otra taza de café, que se tome su tiempo pero que por favor no tarde.
Da punto final, mira sus letras, que sería de él sin su eterna cómplice la escritura.