El Blog de Marco Polo Pérez Xochipa

viernes, 22 de abril de 2011

NARITA Cap. V

V

Es mi última noche antes de regresar, en la recepción reviso mi mail y veo que no hay mucho que leer, algunos que me desean buen viaje y otros que ni siquiera saben que estoy lejos de casa. Cerca del lobby miro una cabina telefónica, debería marcarle a alguien, tengo tantas ganas de hacerlo pero por el horario es probable que no encuentre a nadie, desearía que alguien me fuera a recoger al aeropuerto, nunca nadie lo ha hecho. Me quede con las ganas de regresar al templo de Narita y comprar algo, lo que sea que me haga recordar ese hermoso lugar y llevarle algo a mi abuelo. No hace falta empacar mis cosas, todo lo que uso lo vuelvo a guardar, casi no he desacomodado nada. Taro llega esa noche para cenar conmigo y queda de llevarme al aeropuerto por la mañana, aprovecho para agradecerle y hablar más de su vida en ese lugar. Me dice que le gusta, que se siente bien y que lo único que le falta es honrar a sus antepasados casándose y teniendo descendencia, pero por su ritmo de trabajo tan similar al mío no ha tenido oportunidad de conocer a nadie. Sé de lo que habla.

Acostado por última vez en esa cama recuerdo cuando pasé los cinco minutos más mágicos de mi vida estando debajo de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y por fin saber a lo que olía ese lugar. Pasa por mi mente el momento en que compré los mejores libros de Picasso frente a la fuente de Neptuno en Madrid, de cuando tomé un café en las calles angostas de París, de las noches en Roma, los jardines en Alemania, de las caminatas por las playas del mar adriático y del mediterráneo, del centro de Hong Kong y de su Buda gigante, todos esos recuerdos me vienen siempre al final de cada viajes, pero lo que más recuerdo es tomando la mano de mi padre antes de dormir , o de mi madre llevándome por la calle y yo teniendo tanto miedo de que me fuera a soltar, ahora estoy lejos de ellos, si me vieran estarían orgullosos de mi, de cómo no sólo me solté de sus manos, si no que aprendí a caminar solo, solamente con su imagen en mi mente.
            En unos meses la empresa mandará a Taro a México, está emocionado, dice que le parece mágico, quiere tomar tequila y subir a una pirámide, también me dice que desea conocer por lo menos a una mujer mexicana, yo en silencio sonrío, lo mismo quería yo al venir a Japón. Antes de abordar le doy un fuerte abrazo, a él le gusta la gente latina por efusiva y cálida, así que me lo corresponde, nos tomamos una foto y a punto estoy de entrar a la sala de espera cuando recuerdo algo y me regreso. Tomo a Taro del hombro y le extiendo el pedazo de papel que envuelve el sueño de alguna persona de ese lugar y que mi abuelo hace años tomó. Él me mira y me hace una reverencia, es la primera vez que se pone solemne ante mí y eso me hace ver que lo que acabo de hacer es algo serio. Ojalá no sea tarde para cumplir este deseo. Ya no hay abrazos, su semblante inexpresivo me hace saber que ha entendido.
            Estoy de regreso, son casi cinco horas las que llevo en este vuelo, donde todo lo que hay afuera son nubes por encima y por debajo de notros, parece que volamos sobre alguna tormenta. Esto es intenso, elevarse y atravesar la tormenta, continuar volando sobre ella. Mis viajes ya no son como antes, ya no me apresuro a coleccionar mantitas ni almohadas de avión, sólo me siento y pido vino tinto para acompañar mi comida, sin olvidar el té ingles sin azúcar y con crema. Todo se transforma, y el simple acto de extrañar ya no es el mismo, en esa diferencia radica la grandeza, una grandeza que sólo se pude entender desde las alturas, cuando vuelas sobre las tormentas. Y pasa que ya en el avión cuando en algún momento me llego a dormir, sueño que sigo en el aeropuerto, que no he salido de él, sueño que lo recorro, sueño que vivo ahí todo tipo de situaciones, de las más normales hasta las más ridículas, ahí vuelven a aparecer todas las personas importantes de mi vida, todos juntos en ese lugar, como si estuvieran regresando o apunto de partir. Y de esta menara el sentimiento de extrañeza comienza a ganar terreno, comienza a quitarme el poco sueño que me queda, quizá sea por eso que casi no duermo.

             De nuevo mis horarios están cruzados, de donde venía eran las 5:10 p.m., y a donde voy son las 10:15 a.m. El choque entre el sueño y el insomnio no tardaran en aparecer, ya me parece estarlo viendo, nada que no haya vivido antes, eso espero. Me encamino a ser de nuevo un extraño, me veo durmiendo en todos lados menos en mi cama, enfermándome del estómago, volviendo a acomodarme a los horarios, al transporte, a los cambios de moneda, eso es lo primero con lo que haré contacto antes que con cualquier otra persona.
La pista de aterrizaje de la ciudad de México es impresionante, no sé si descenderemos sobre una calle o sobre algún centro comercial. El avión ha tocado tierra, algunas personas aplauden, de nuevo hice todo lo que posible pero no pude evitar este regreso. Llego a mi casa, todo tal como lo dejé, en ocasiones me da la impresión de haber llegado a un cuarto más de hotel, creo que no hay mucha diferencia. Desde ese sueño en que la sensación de una mano azul en mi pecho me hizo pasar la mejor noche en mucho tiempo no había vuelto a estar en mi cama, la verdad le tengo miedo, no quiero volver a pasar por lo mismo, así que mejor me duermo en el sillón. Son las tres de la tarde y yo me alisto para dormir como si fueran las diez de la noche.
            A dos meses de ese viaje a Narita he podido compartir fotografías y recuerdos con mi abuelo, ya puede estar tranquilo, realicé su encargo. Ahora he sentido lo mismo que él al contarle mis historias. También me doy tiempo de repartir todos los recuerdos y suvenires que siempre ando cargando, tanto materiales como anecdóticos, comienzo a regar todo a donde quiera que voy. Se siente bien esto de terminar de regresar, por fin cumplo este deseo de estar en donde se quiere estar.
Un día después de esos dos meses llega hasta mi bandeja de entrada un e-mail, es de Taro.


De: Taro (TKH_1977@ayabusa.com)
Enviados: miércoles, 28 de julio de 2007 04:43:13 p.m.
Para: cuandovuelas@hotmail.com


                Un saludo desde Narita, espero que estés bien al recibir este mensaje. Siempre se me complicó escribir tu nombre, pero aquí en Japón tenemos la costumbre de recordar a la gente por el último contacto que nos deja, así es que te recuerdo con ese abrazo fuerte que es muy característico de tu gente. En todo este tiempo te he recordado mucho, tú sabes que por el tipo de trabajo que tenemos no tenemos mucho tiempo, así que hoy he decidido hacerme uno.
Después de dejarte en el aeropuerto de Narita me dirigí al templo de la ciudad a dejar el retablo que me regresaste en el muro de los deseos, por supuesto no lo leí, eso no es correcto. Hice una oración, unas vaporizaciones y me fui de ahí deseándote buen viaje. Hace poco más de un mes conocí a una chica, llegó hasta mi oficina y sus ojos, esos que tú dices que nosotros no abrimos, me dejaron asombrado, creo que fue algo parecido a lo que tú sentiste con ese pasajero en tu vuelo y que ya no volviste a ver, ahora puedo decirte que te entiendo. Un día salimos a disfrutar de la poca nieve que quedaba y aventarme desde la colina así como tú lo habías hecho. Cerca del templo me dijo que su abuela hace años le había dejado escrito un deseo para ella pero que nunca lo había podido encontrar. Entramos al salón donde estaba la pared de los deseos, después de volver a buscarlo encontró su retablo, era uno con un listón morado que tenía al espíritu azul guardián de los sueños envuelto en llamas. Ella debía ser la primera en leer lo que su abuela le había escrito, después me lo compartió, decía: “Acompáñala y protégela en sus sueños que son el origen de la realidad que guiarán sus pasos”. Olvidaba decirte, su nombre es Noguchi y estaba muy feliz de por fin haberlo encontrado, había llegado a pensar que su deseo se había perdido o había sido robado, era la primera vez que leía lo que su abuela le había escrito cuando ella aún era una niña.
No sé si se trate del mismo trozo de madera que tú regresaste a su lugar, yo quiero pensar que sí, así que gracias por devolverle el sueño a alguien. Ahora estamos saliendo, no sé que pase con nosotros, pero deseamos seguir estando juntos. Fue por eso que ayer, que es el día en que la gente regresa al templo para hacer el ritual de los deseos, he pedido uno para ti. No te puedo decir que pedí hasta que tú regreses a leerlo, aún así pido con todo mí ser que mis plegarias hayan sido escuchadas. Tú devolviste un sueño que me alcanzó a tocar y ahora yo te envió otro que ojalá te toque pronto.
Cuídate mucho amigo y que la luz de tus dioses, que no son muy distintos a los míos, guíen tu camino.                                                                                                                       
たろ あやぶさ


Era una tarde lluviosa de abril cuando regresé de Los Ángeles, estaba mirando dar vueltas a la banda del equipaje, esperando que el primer objeto familiar que pueda ver sea mi maleta. Salgo a la sala de espera, nadie me espera. Estoy a punto de salir a buscar un taxi cuando mi hombro siente que alguien me llama. ¿Perdón, tienes un chicle? tengo un oído tapado. Claro, siempre tengo uno. ¿Llegas a o te vas? Aún no lo sé, creo que llego y también creo que pronto estaré de nuevo aquí para irme. ¿Y ahora a donde iras? Aún no lo sé. Janete me mira como la primera vez que nos encontramos en ese vuelo, yo en silencio me doy cuenta que aún me falta mucho por conocer, no he entrado al museo de Louvre ni al del Prado, no he estado en una balsa en medio de un lago en Suecia ni he caminado por las calles de Austria. ¿Y tú si sabes a donde irás? Sí, ya he visto mucho de afuera, quiero ahora ver otras cosas, y creo que antes de volver a salir tú deberías hacer lo mismo, deberías conocer más cosas de tu país. Creo que tienes razón, no he ido a la guelaguetza ni he comido chapulines, no he subido al Popocatepetl ni he acampado en Cuetzalan. ¿Ves? deberías comenzar por ahí, yo te podría mostrar.
Mi sueño se cumple cuando vuelo, no hay mucho que pensar, accedo a que ella sea mi guía en este viaje, en mi primer viaje al interior.
Nada como estar en casa y nada como desear volver a salir.

FIN


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viernes, 15 de abril de 2011

NARITA Cap. IV

IV

El pueblo de Narita es pintoresco, pequeño, hermoso, prácticamente una aldea con calles angostas y la arquitectura tradicional japonesa, seguramente a Janete le encanaría. La gente abre sus negocios y venden todo tipo de cosas, hacer el sushi aquí es todo un arte, los pequeños mercados venden todo fresco y vivo, la artesanía está por todas partes. Todos son amables y siempre están sonriendo, yo no entiendo mucho de lo que me dicen y sólo les regreso la sonrisa inclinando mi cabeza. Por fin llegamos al templo del lugar, desde la entrada los monjes nos dan la bienvenida, yo junto mis manos y me inclino ante todo tratando de volverme una más de las personas que ahí están, hago vaporizaciones de un cáliz que emite un humo blanco que según Taro purifica el alma. Las pagodas eran el tipo de construcciones que me faltaban visitar, son impresionantes, y la sensación de haberlo vivido en un sueño pasado volvía a mí. Después puedo presenciar una ceremonia en donde al quitarme los zapatos he hincarme en el piso me vuelvo uno más del resto. Ahora si, ya he llegado, ya me siento japonés, no cuando aterrizó el avión o desempaqué en el hotel, sino en este momento que me confundo con al gente y ésta me acepta en sus ceremonias, más que religiosas, sus ceremonias cotidianas; ahora siento que hasta mis ojos están rasgados. El cielo esta despejado, la nieve esta por todas partes al igual que el frío, pero este no es frió, frió el de Lyón, donde el agua se congelaba en las fuentes, donde conocí por primera vez las bajas temperaturas; y para lluvias las de Roma, diferentes a las de París y pero tan parecidas a las de Puebla.
Taro camina despacio, el respeto se le nota hasta en la forma de desplazarse ¿Ve esas construcciones allá arriba? es ahí donde la gente va a hacer sus peticiones, toma un retablo dependiendo a que espíritu quiere pedir el deseo y lo escribe, después hay un muro en donde se ponen todos los deseos, los turistas comúnmente toman retablos en blanco, pero tu abuelo debió haber tomado uno de la pared en donde están los deseos que esperan por ser cumplidos.
Seguía caminando y sin darme cuenta nos encontramos en la entrada de un pequeño bosque, el sonido de un río armonizaba el ya apacible ambiente, los árboles salían del agua, nunca había visto eso, sólo faltaba que música de bambús, que ya estaba imaginándome, lo inundara todo. Atravesando un arqueado puente de piedra apareció una gran pendiente cubierta de suave nieve, diferente a la que estaba en el piso resbaloso del templo. Sin pensarlo mucho pedí a Taro que me disculpara y desde la parte más alta me dejé rodar colina abajo. Acostado en la nieve me tomo un momento para disfrutarlo, la respiración agitada sale de mi boca que sonríe bajo unos ojos muy abiertos que tratan de guardarlo todo, Taro a lo lejos sonríe también y me toma algunas fotos, difícil ver a un japonés sin una cámara.
De vuelta en el hotel me doy cuenta que aún conservo el retablo del demonio azul, el guardián de los sueños como Taro lo llamó. ¿Habrá sido su presencia la que sentí en medio de ese sueño que tuve antes de venir? en esa noche en la que supe vendría hasta estos lugares. Ya es lunes, Taro me lleva hasta el centro de Tokio, realizo un par de entrevistas de trabajo y estoy de vuelta en el hotel para comer, salgo al patio a tratar de escribir mi nombre en la nieve pero no puedo, la nieve ahí es muy dura. Un aire frió golpea mi cara, le da cierto parecido cuando sentí el viento en la punta de la torre Eiffel, cuando mis preocupaciones eran tantas que ya estando arriba y viendo París a mis pies todo se me olvidó. Sensación que solamente fue igualada cuando un aire cálido me recorrió estando la punta de la cúpula en la basílica de San Pedro, a lo lejos Roma pero más lejos estaba yo, viajando en pensamientos y tratando de enviar en imágenes mi sentir hasta mi lugar de origen.
A la siguiente semana me cambio a un hotel en el centro de Tokio, ahora siento que son muchos hoteles en pocos días, desayunos raros con gente extraña, veo mi maleta, nunca he logrado desempacar del todo, ni en mi casa ni en un hotel, no he tenido tiempo, de hecho ahora que lo pienso nunca he querido hacerlo. Mi maleta medio llena es la conexión con mi condición de nómada, mi maleta es como mi casa. Recuerdo un hotel en Madrid donde me pasó algo extraño, me habían asignado una habitación con tres camas individuales que no hicieron más que recordarme que viajaba solo, y en cada una de las noches que ahí estuve me acosté en una cama diferente; eran demasiadas para mí, era mucho el espacio vacío, tanto para afuera como para dentro. La última de esas noches abrí la ventana del balcón y dejé por un momento que el aire entrara, escuché como la lluvia y el sentimiento de soledad iban aumentando, después me quedé dormido. A la mañana siguiente esa misma ventana que había dejado abierta, dejó entrar la luz de un brillante amanecer que hizo todo más cálido y llenó de resplandores todos esos vacíos obscuros… lastima que para esa hora yo ya no estaba ahí para verlo, yo, junto con mi maleta ya estábamos en camino a otro hotel, a otro vuelo.
Huele mal, hay algo que cocinan en una calle cerca del hotel que realmente me produce dolor de cabeza, de regreso al hotel evito pasar por ese callejón, creo que lo que cocinan es pato. Ya me he vuelto diestro en el viaje del metro, las primeras veces me perdía pero ahora puedo ir a donde sea sin que Taro me guíe. Me gusta bajarme una estación antes y caminar unas cuantas cuadras, ahora siento que después de esto ya no volveré a ser le mismo. Entro a un seven-eleven, compro mi cena y algunos dulces, lo que sea con tal de ser un consumidor más y sentirme parte de todo. Antes de llegar a mi estancia entro a un café, todas las noches paso por ahí a comprar chocolate caliente, es el mejor que he probado en todos los lugares en los que he estado. En una de esas tardes al pasar por una calle me pareció ver a Janete, tengo la sensación de que en algún lugar me la voy a encontrar, pero no sé si ella me reconocería, a no ser por este olor a soledad que siento cada vez se hace más fuerte.
A veces llego a pensar que ella nunca fue real, tengo la sensación de que todo fue un sueño.



Último Capítulo

viernes, 8 de abril de 2011

NARITA Cap. III

III

La persona enviada por la empresa para recibirme no llegó, que extraño ¿Qué no se suponía que los orientales eran personas extremadamente responsables? Aprovecho para recorrer el hotel hasta llegar al restaurante, tengo ganas de probar algo diferente, quiero meterme de lleno en el sabor del lugar, estoy harto de los McDonals y de la comida rápida que me hacen sentir como en casa, necesito dejar de sentirme extranjero y ahora sé que la única manera que hay de volverse de un lugar es comer su comida, oler su comida, antojarme de su comida, y al final, como sabía que pasaría, enfermarme de su comida. Así lo hice con la pizza en Roma, con las salchichas de Frankfurt, con los chocolates Suizos, con las hamburguesas en California, con los fuertes quesos en París y con la paella en Valencia.
Mientras vomitaba en mi habitación recordaba cómo durante la cena me comencé a volver diestro en el manejo de los palillos, pues era una falta de respeto no saber tomarlos, también recordé como al final de la cena me dolía la mano y preferí regresar al tenedor, de cómo todo al principio era nuevo y rico, y de cómo no debí abusar del sake. Aún mareado y con un fuerte dolor de estómago me eché en la cama. Agradezco todo el tiempo por este dolor de estómago que no me deja pensar en ninguna otra cosa, que no me deja pensar en nadie ni en nada. El control remoto no era diferente al que tenía en casa, todos los controles están hechos en el mismo país, así que paso los canales y me percato de lo difícil del idioma, su Arigato no tenía como relacionarlo con nada.
Es sábado, debo esperar que alguien de aquí me contacte, miro el mapa del metro de Tokio, lo junto mentalmente con los demás mapas, metro de la ciudad de la ciudad de México, Madrid, Lyón, Hong Kong, Roma, París, Frankfurt, todos los mapas se colapsan en uno solo, tantas rutas sin que alguna coincida, todas llevándome y trayéndome. Al final todos los mapas se parecen, identifico los colores y recuerdo mi primer viaje cuando me despedí de ella, la miré y me fui con un beso, ahora, después de tantas vueltas en estas líneas y rutas, ya la perdí, ya cada quien ha continuado con su camino.
¿Que habrá sido de Janete? Me hubiera gustado tanto verla de nuevo, pedirle un teléfono, una dirección, algún mail, pero me imaginé que tendría más tiempo, lamentablemente el error de siempre. Miro por la ventana y me doy cuenta de que comienza a nevar, he escuchado que han sido las peores nevadas en Tokio desde hace años, a mi me gusta la idea de volverme a encontrar con un clima conocido, siempre me ha gustado más el frío que el calor. Por fin me encuentro con la persona que la compañía japonesa ha enviado para recibirme, se deshace en disculpas diciéndome que no me esperaban tan pronto, que mi llegada había sido adelantada y siento que eso aquí es considerado también como una impuntualidad. Su nombre es Taro, su español es mucho mejor que mi japonés, le digo mi nombre pero no lo puede pronunciar, se ofrece para ser mi guía el fin de semana y yo acepto sin muchas ganas, siempre me ha gustado ser yo mismo quien se pierda para descubrir la ciudad en la que me encuentro.
Acostado en mi cama no puedo dormir, es de madrugada pero yo aún tengo el horario anterior. Recuerdo a mi abuelo y las fotos que me enseñaba, ninguna se parece a esto que estoy viendo. Y de la nada aparece ese paquete que me dio antes de irme, el que tenía que abrir hasta que estuviera instalado. Miro a mi alrededor y siento que ya lo estoy, las cosas de baño ya las he dejado en su lugar y todo está guardado en el closet. Los cuartos de los hoteles son siempre los mismos: entras, en el pasillo esta la primera puerta que es el baño, frente a ella un pequeño closet, después la cama, enfrente el tocador y la tele, junto un buró con lámpara y teléfono y junto a la ventana una mesita para escribir, no necesito más, me siento instalado y saco el paquete envuelto en papel. Miro un viejo pedazo de tabla, de arriba cuelga un listón morado, por un lado un escrito que imagino es el idioma de ese lugar,  no tiene caso que lo intente descifrar, esto va más allá de mis cursos de japonés básico, mejor pido a Taro que me ayude. Por otro lado hay algo que me deja pensativo, era un demonio, o por lo menos eso me parecía, se ve muy mal encarado como para ser un buda, está sentado en flor de loto, en una mano sostiene una espada y en la otra una especie de lazo, todo él envuelto en una flamante llama roja, pero lo que más llama mí atención es su color, es un azul parecido al de mi sueño antes de venir. Tomo mi libreta y trato de escribir algo pero no logro hilar nada, no hay nadie que me lea, después recuerdo a Janete, sus ojos, su sonrisa, la conocí en el sitio exacto, en el mejor de los lugares, en un avión que sobrevolaba aguas internacionales que realmente no es ningún lugar. ¿Qué estaría haciendo ella en este momento? Al no poder escribir nada regreso a la cama, las cortinas abiertas me dejan ver una vida que transcurre ajena a la mía, trato de imaginar algo, cómo sería perderse allá afuera, vuelvo a pensar en Janete.
Duermo un poco, despierto cuando comienza a amanecer, su sol es igual al que he visto desde niño, no sé porque lo llaman el país del sol naciente, me esperaba algo diferente. Salgo al lobby donde Taro me espera para desayunar, quiere mostrarme el centro antes de ir a Tokio y hablar de trabajo. Miro afuera, las nevadas han cesado dejando todos los campos blancos, él me habla, yo veo por los grandes ventanales del restaurante, la verdad no le hago mucho caso, debería poner más atención.
La nieve en el piso era dura y el frió ha aminorado, tomo mi única chamarra y salgo del hotel en compañía de Taro. En mi mano sólo llevo un mapa y en la otra mi cámara, tengo que guardar todo en imágenes. Hay cosas que no me puedo perdonar hacer en cada país al que llego, son rituales, como conservar una moneda, tomar cientos de fotos, comprar una postal que ya no es para nadie, sólo para mí. De pronto apareció en el mapa el nombre de la estación del metro, a treinta minutos del hotel se encontraba Narita, esa ciudad tan mencionada por el abuelo… Narita… el nombre se repetía en mi mente, sin pensarlo pagué los 270 yenes y subo con Taro al metro, por fin estaré ahí. Mientras viajamos voy viendo los paisajes japoneses, mi cámara trata de captarlo todo, no necesito más, Taro me cuenta cosas sobre las costumbres y el lugar, yo sigo mirando, otras carreteras, otra forma de transporte, otro paisaje que hace que me pierda en largas miradas. Hace años que hago esto y no puedo hacer más que agradecer por no acostumbrarme, por seguir emocionándome con todo. La diferencia es que ahora al sentimiento de novedad se le agrega un sentimiento de recuerdo, de añoranza de otros tiempos. De pronto Taro dice una palabra que me hace regresar mi atención hacia él, Narita, de nuevo ese lugar. Introduzco la mano en mi bolsillo y saco el retablo del demonio azul, se lo muestro y él lo mira y me pregunta de donde lo tomé. Yo no lo tomé, me lo dio mi abuelo antes de venir, me pidió que lo regresara, imagino que lo compró o se lo dieron cuando hace años estuvo aquí también. ¿Sabes lo que esto representa? No, no lo sé, esperaba que me lo dijeras. Esto es un deseo, este dios guerrero dibujado aquí es el guardián de los sueños, y lo que está escrito atrás es el deseo pedido por alguien a este dios y que esperaba se le cumpliera, lo que tu abuelo hizo al tomarlo fue robarle el deseo a alguien, robarle su sueño.


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viernes, 1 de abril de 2011

NARITA Cap.II

II

El aeropuerto es el único lugar en el que no me engento, en el que tolero la masiva presencia de las personas, quizá sea porque aquí todos estamos de paso, yendo o regresando, todos en movimiento, todos siendo breves en nuestras estancias unos con otros. No hay tiempo de familiarizarse con nadie, con nada, no hay tiempo de crear vínculos, aquí sólo hay que estar mientras el tiempo pasa y nosotros pasamos con él. Siento que siempre he estado así, y siento también que ya no podría vivir de otra manera. Aquí he estado solo y acompañado, viajando o esperando a alguien, llorando y riéndome sin motivo alguno. En la sala de espera aprendí a dejar de fumar, aprendí lo básico de algún idioma, a dormir en el piso, a jugar solitario en la laptop, a memorizar caras que nunca jamás volví a ver. Y en esas salas de partidas es donde siempre me estoy relacionando, cómo me gustaría hacerlo ahora con alguien que esté de regreso, que su idea sea la de por fin quedarse.
Hacer check-in ya no me representa problemas, paso por los detectores de metales de manera rápida y miro condescendiente y a veces hasta molesto a los que aún se tardan porque no saben que deben quitarse todas las cosas metálicas. En la sala de espera hojeo mi pasaporte, lo saqué por diez años y ya está próximo a expirar, veo en la foto mi cara emocionada, era más joven, con el pelo más largo y la mirada diferente. Paso por sus diferentes hojas y veo los sellos de las diferentes aduanas, cada uno me recuerda un viaje, cada viaje me recuerda un momento de mi vida, y cada momento de mi vida me recuerda precisamente eso, que todos son sólo momentos. Ahí sentado antes de que llamen a abordar recuerdo los amaneceres de Roma, en especial los lluviosos, viéndolos desde la ventana tenía tantas ganas de salir a la calle a mojarme, de tomarme otra foto con el coliseo a mis espaldas y volver a recorrer sus fríos túneles, de caminar después la Vía Nazionale dentro de algún abrigo negro muy a la italiana, mientras veía la gran luna llena camino a la Piazza di Spagna. Que ganas de ir a comer a la pizzería di Alfonso en Via delle Muratte, cerca de la fontana di Trevi, y ya estando ahí aventar de espaldas más monedas pidiendo el deseo de un regreso más, esta vez no tan solitario. No puedo evitar pensar en todos esos recuerdos sin ni siquiera tener un nieto a quién platicárselos mientras duerme, que afortunado era mi abuelo.


Vuelo JLL-016, destino: Aeropuerto internacional de Narita en Tokio… Narita… me suena ese nombre, lo recuerdo de alguna historia muy contada por mi abuelo, pero por ahora no la ubico. El abordaje me hace sentir que ahora si he dejado el lugar en el que estaba, ya no hay marcha atrás, por las grandes ventanas veo como preparan al avión, como quien mira el viejo coche que lo lleva al trabajo cada mañana. Me llaman a abordar, y al ir entrando lo primero que vuelvo a escuchar son las turbinas alistándose, guardo mis cosas y me acomodo en mi asiento. Siempre pido pasillo, no importa que pueda morir por desnucamiento víctima del carrito de alguna azafata. Todos piden ventanilla, yo ya superé esa etapa, si es que quiero ver el cielo me levanto, de preferencia en las noches, voy a la cocina por un jugo y me asomo por una ventanilla al lado de los baños, estiro las piernas y me vuelvo a sentir afortunado de estar ahí arriba.
Estaba ya instalado cuando de pronto llegó ella, agitada, a punto de perder el vuelo, su lugar está exactamente al lado del mío y yo me siento el hombre más afortunado de que por fin pueda viajar al lado de una mujer así. Me han tocado niños, ancianos, gordos que no caben, gente que ronca, que no deja de hablar, que llora y que siente que su vida terminará cuando el avión se caiga, pero mi fantasía siempre ha sido la de conocer a esa mujer especial en un vuelo, sería la situación perfecta, podríamos hablar de lo que fuera, sólo seríamos ella y yo compartiéndole algo de música y libros, tal vez después ella me contaría de todo lo que está dejando atrás, que si es su primer vuelo y si está nerviosa, y si tengo suerte en cada turbulencia tomará mi mano, y si la vida es generosa conmigo tal vez se quede dormida recargando su cabeza en mi hombro, y yo, que de por sí nunca duermo, podría disfrutar de todo ese vuelo respirando el aroma de su pelo, que desde el lugar en el que estoy ya se percibe. Y después en medio de la noche, en el que hasta las azafatas duermen, me pediría permiso para pasar he ir al baño, yo sin decir nada me levantaría inmediatamente, ella pasaría frente a mi sin quitarme la vista de encima, la seguiría con la mirada hasta la puerta del sanitario, o como le llaman en España, de los aseos; y en ese preciso momento ella voltearía para mirarme y con una sola señal de sus cejas sabría que me esta invitando a seguirla, para estar los dos solos, y entonces… ¿Me das permiso por favor? Ese de a lado es mi lugar. De pronto regreso a la realidad, creo que he volado mucho tiempo solo.
La noche en que mi novia me dejó volé a París, ahora voy a Japón, dieciséis horas de vuelo son demasiadas para ocupar la mente en otra cosa que no sea pensar, pensar mucho, no sé exactamente cual sea la hora real, no sé ni siquiera en donde estoy. Mientras cruzo alguna porción de mar intento alejarme de todo, quiero abandonar pensamientos y es mi deseo que este día (que ha durado más de veinticuatro horas) todo se valla quedando cada vez más lejos, en cada nube que atraviese este avión. Ella no habla, desde que se sentó se puso los audífonos y se quedó dormida sin recargarse en mi hombro, yo la miro y recuerdo ese cuento del avión de la bella durmiente de García Márquez, en ocasiones la contemplo, vuelvo a recrear la fantasía de hace un momento y una azafata me interrumpe preguntándome ¿meat or chicken? Yo pido lo de siempre y me acompaño de un vino tinto para descansar mejor, el té siempre me ha gustado ingles, sin azúcar y con un poco de crema. La vuelvo a mirar, no va a despertar ni siquiera para cenar.
A punto estoy de quedarme dormido cuando siento que alguien toca mi hombro. Siento despertarte, tengo tapado un oído, ¿tendrás un chicle que me regales? Yo sé que lo tengo, por algún lado los he de haber puesto, cambié un billete en algún Dutty Free y compre chicles porque en ocasiones a mi también se me tapan los oídos. Cuando por fin los encuentro mis ojos ya se han encontrado con los de ella, y al momento que saco la goma de mascar me doy cuenta que en esa bolsa tengo el paquete que me dio mi abuelo, había olvidado que lo llevaba conmigo, de habérmelo encontrado en la aduana me hubiera metido en problemas, pero ahora sé que no es nada peligroso. Gracias, casi nunca me pasa esto ¿no sabes si ya sirvieron la cena? Si hace casi una hora, pensaba despertarte pero te veías muy cansada. Si, los despegues me ponen nerviosa, así que prefiero dormir mientras nos elevamos, es un ritual que tengo cada vez que vuelo. Yo también tengo mis rituales, uno de ellos es comerme la cena que le sirven a quien se ha quedado dormido a mi lado. Su sonrisa es hermosa, al momento de regalármela me vuelve a tocar el hombro y yo siento como un escalofrío recorre mi piel. Me llamo Janete. Nunca lo olvidaré. A punto estoy de decirle mi nombre cuando la primera bolsa de aire provoca un movimiento brusco que ocasiona que ella tome mi mano, no lo puedo creer, mi fantasía se estaba cumpliendo. Platicamos un poco, ahora sé que viaja al extranjero para estudiar, que le gusta escuchar a Alejandro Filio y leer sobre arquitectura, que también se maravilla con cada vuelo y que de la misma manera a veces escribe mientras todos duermen. Me ha contado que sus favoritos son los vuelos nocturnos, que ama al igual que yo la sensación de abandono y soledad que dan las turbinas del avión. Le encanta también cuando por la ventanilla no se ve nada y entonces el sentimiento de vacío es lo mejor que se puede tener. Muy pocas cosas he descubierto en este mundo que me hagan sentir tan bien como eso. Aún es de noche cuando el avión hace su única escala en Vancouver.

Hace más de siete horas que el avión se detuvo en Canadá, no pude salir del aeropuerto pero mis ojos volaron hasta unas montañas nevadas que se distinguían en la noche cerca de la pista de aterrizaje. Estamos a poco más de dos horas de aterrizar, ya quiero llegar, ya quiero ver como es Japón, quiero respirarlo fuerte y sentir así mi vida más mía, esto se trata sólo de mí, no más tragedias, me lo debo.
Pareciera que el avión no se mueve, que está estático, pero al mirar por la ventanilla veo que el movimiento no sólo se da, sino que este ocurre muy rápido, tanto que no lo percibo. El baño del avión sigue ocupado, sobre volamos la isla, T menos una hora con cuarenta minutos, once mil trescientos metros de altura, menos sesenta grados centígrados afuera, en Vancouver ya son la una y media de la tarde, Janete no volvió a subir al avión.

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