El Blog de Marco Polo Pérez Xochipa

viernes, 8 de abril de 2011

NARITA Cap. III

III

La persona enviada por la empresa para recibirme no llegó, que extraño ¿Qué no se suponía que los orientales eran personas extremadamente responsables? Aprovecho para recorrer el hotel hasta llegar al restaurante, tengo ganas de probar algo diferente, quiero meterme de lleno en el sabor del lugar, estoy harto de los McDonals y de la comida rápida que me hacen sentir como en casa, necesito dejar de sentirme extranjero y ahora sé que la única manera que hay de volverse de un lugar es comer su comida, oler su comida, antojarme de su comida, y al final, como sabía que pasaría, enfermarme de su comida. Así lo hice con la pizza en Roma, con las salchichas de Frankfurt, con los chocolates Suizos, con las hamburguesas en California, con los fuertes quesos en París y con la paella en Valencia.
Mientras vomitaba en mi habitación recordaba cómo durante la cena me comencé a volver diestro en el manejo de los palillos, pues era una falta de respeto no saber tomarlos, también recordé como al final de la cena me dolía la mano y preferí regresar al tenedor, de cómo todo al principio era nuevo y rico, y de cómo no debí abusar del sake. Aún mareado y con un fuerte dolor de estómago me eché en la cama. Agradezco todo el tiempo por este dolor de estómago que no me deja pensar en ninguna otra cosa, que no me deja pensar en nadie ni en nada. El control remoto no era diferente al que tenía en casa, todos los controles están hechos en el mismo país, así que paso los canales y me percato de lo difícil del idioma, su Arigato no tenía como relacionarlo con nada.
Es sábado, debo esperar que alguien de aquí me contacte, miro el mapa del metro de Tokio, lo junto mentalmente con los demás mapas, metro de la ciudad de la ciudad de México, Madrid, Lyón, Hong Kong, Roma, París, Frankfurt, todos los mapas se colapsan en uno solo, tantas rutas sin que alguna coincida, todas llevándome y trayéndome. Al final todos los mapas se parecen, identifico los colores y recuerdo mi primer viaje cuando me despedí de ella, la miré y me fui con un beso, ahora, después de tantas vueltas en estas líneas y rutas, ya la perdí, ya cada quien ha continuado con su camino.
¿Que habrá sido de Janete? Me hubiera gustado tanto verla de nuevo, pedirle un teléfono, una dirección, algún mail, pero me imaginé que tendría más tiempo, lamentablemente el error de siempre. Miro por la ventana y me doy cuenta de que comienza a nevar, he escuchado que han sido las peores nevadas en Tokio desde hace años, a mi me gusta la idea de volverme a encontrar con un clima conocido, siempre me ha gustado más el frío que el calor. Por fin me encuentro con la persona que la compañía japonesa ha enviado para recibirme, se deshace en disculpas diciéndome que no me esperaban tan pronto, que mi llegada había sido adelantada y siento que eso aquí es considerado también como una impuntualidad. Su nombre es Taro, su español es mucho mejor que mi japonés, le digo mi nombre pero no lo puede pronunciar, se ofrece para ser mi guía el fin de semana y yo acepto sin muchas ganas, siempre me ha gustado ser yo mismo quien se pierda para descubrir la ciudad en la que me encuentro.
Acostado en mi cama no puedo dormir, es de madrugada pero yo aún tengo el horario anterior. Recuerdo a mi abuelo y las fotos que me enseñaba, ninguna se parece a esto que estoy viendo. Y de la nada aparece ese paquete que me dio antes de irme, el que tenía que abrir hasta que estuviera instalado. Miro a mi alrededor y siento que ya lo estoy, las cosas de baño ya las he dejado en su lugar y todo está guardado en el closet. Los cuartos de los hoteles son siempre los mismos: entras, en el pasillo esta la primera puerta que es el baño, frente a ella un pequeño closet, después la cama, enfrente el tocador y la tele, junto un buró con lámpara y teléfono y junto a la ventana una mesita para escribir, no necesito más, me siento instalado y saco el paquete envuelto en papel. Miro un viejo pedazo de tabla, de arriba cuelga un listón morado, por un lado un escrito que imagino es el idioma de ese lugar,  no tiene caso que lo intente descifrar, esto va más allá de mis cursos de japonés básico, mejor pido a Taro que me ayude. Por otro lado hay algo que me deja pensativo, era un demonio, o por lo menos eso me parecía, se ve muy mal encarado como para ser un buda, está sentado en flor de loto, en una mano sostiene una espada y en la otra una especie de lazo, todo él envuelto en una flamante llama roja, pero lo que más llama mí atención es su color, es un azul parecido al de mi sueño antes de venir. Tomo mi libreta y trato de escribir algo pero no logro hilar nada, no hay nadie que me lea, después recuerdo a Janete, sus ojos, su sonrisa, la conocí en el sitio exacto, en el mejor de los lugares, en un avión que sobrevolaba aguas internacionales que realmente no es ningún lugar. ¿Qué estaría haciendo ella en este momento? Al no poder escribir nada regreso a la cama, las cortinas abiertas me dejan ver una vida que transcurre ajena a la mía, trato de imaginar algo, cómo sería perderse allá afuera, vuelvo a pensar en Janete.
Duermo un poco, despierto cuando comienza a amanecer, su sol es igual al que he visto desde niño, no sé porque lo llaman el país del sol naciente, me esperaba algo diferente. Salgo al lobby donde Taro me espera para desayunar, quiere mostrarme el centro antes de ir a Tokio y hablar de trabajo. Miro afuera, las nevadas han cesado dejando todos los campos blancos, él me habla, yo veo por los grandes ventanales del restaurante, la verdad no le hago mucho caso, debería poner más atención.
La nieve en el piso era dura y el frió ha aminorado, tomo mi única chamarra y salgo del hotel en compañía de Taro. En mi mano sólo llevo un mapa y en la otra mi cámara, tengo que guardar todo en imágenes. Hay cosas que no me puedo perdonar hacer en cada país al que llego, son rituales, como conservar una moneda, tomar cientos de fotos, comprar una postal que ya no es para nadie, sólo para mí. De pronto apareció en el mapa el nombre de la estación del metro, a treinta minutos del hotel se encontraba Narita, esa ciudad tan mencionada por el abuelo… Narita… el nombre se repetía en mi mente, sin pensarlo pagué los 270 yenes y subo con Taro al metro, por fin estaré ahí. Mientras viajamos voy viendo los paisajes japoneses, mi cámara trata de captarlo todo, no necesito más, Taro me cuenta cosas sobre las costumbres y el lugar, yo sigo mirando, otras carreteras, otra forma de transporte, otro paisaje que hace que me pierda en largas miradas. Hace años que hago esto y no puedo hacer más que agradecer por no acostumbrarme, por seguir emocionándome con todo. La diferencia es que ahora al sentimiento de novedad se le agrega un sentimiento de recuerdo, de añoranza de otros tiempos. De pronto Taro dice una palabra que me hace regresar mi atención hacia él, Narita, de nuevo ese lugar. Introduzco la mano en mi bolsillo y saco el retablo del demonio azul, se lo muestro y él lo mira y me pregunta de donde lo tomé. Yo no lo tomé, me lo dio mi abuelo antes de venir, me pidió que lo regresara, imagino que lo compró o se lo dieron cuando hace años estuvo aquí también. ¿Sabes lo que esto representa? No, no lo sé, esperaba que me lo dijeras. Esto es un deseo, este dios guerrero dibujado aquí es el guardián de los sueños, y lo que está escrito atrás es el deseo pedido por alguien a este dios y que esperaba se le cumpliera, lo que tu abuelo hizo al tomarlo fue robarle el deseo a alguien, robarle su sueño.


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