V
Es mi última noche antes de regresar, en la recepción reviso mi mail y veo que no hay mucho que leer, algunos que me desean buen viaje y otros que ni siquiera saben que estoy lejos de casa. Cerca del lobby miro una cabina telefónica, debería marcarle a alguien, tengo tantas ganas de hacerlo pero por el horario es probable que no encuentre a nadie, desearía que alguien me fuera a recoger al aeropuerto, nunca nadie lo ha hecho. Me quede con las ganas de regresar al templo de Narita y comprar algo, lo que sea que me haga recordar ese hermoso lugar y llevarle algo a mi abuelo. No hace falta empacar mis cosas, todo lo que uso lo vuelvo a guardar, casi no he desacomodado nada. Taro llega esa noche para cenar conmigo y queda de llevarme al aeropuerto por la mañana, aprovecho para agradecerle y hablar más de su vida en ese lugar. Me dice que le gusta, que se siente bien y que lo único que le falta es honrar a sus antepasados casándose y teniendo descendencia, pero por su ritmo de trabajo tan similar al mío no ha tenido oportunidad de conocer a nadie. Sé de lo que habla.
Acostado por última vez en esa cama recuerdo cuando pasé los cinco minutos más mágicos de mi vida estando debajo de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y por fin saber a lo que olía ese lugar. Pasa por mi mente el momento en que compré los mejores libros de Picasso frente a la fuente de Neptuno en Madrid, de cuando tomé un café en las calles angostas de París, de las noches en Roma, los jardines en Alemania, de las caminatas por las playas del mar adriático y del mediterráneo, del centro de Hong Kong y de su Buda gigante, todos esos recuerdos me vienen siempre al final de cada viajes, pero lo que más recuerdo es tomando la mano de mi padre antes de dormir , o de mi madre llevándome por la calle y yo teniendo tanto miedo de que me fuera a soltar, ahora estoy lejos de ellos, si me vieran estarían orgullosos de mi, de cómo no sólo me solté de sus manos, si no que aprendí a caminar solo, solamente con su imagen en mi mente.
En unos meses la empresa mandará a Taro a México, está emocionado, dice que le parece mágico, quiere tomar tequila y subir a una pirámide, también me dice que desea conocer por lo menos a una mujer mexicana, yo en silencio sonrío, lo mismo quería yo al venir a Japón. Antes de abordar le doy un fuerte abrazo, a él le gusta la gente latina por efusiva y cálida, así que me lo corresponde, nos tomamos una foto y a punto estoy de entrar a la sala de espera cuando recuerdo algo y me regreso. Tomo a Taro del hombro y le extiendo el pedazo de papel que envuelve el sueño de alguna persona de ese lugar y que mi abuelo hace años tomó. Él me mira y me hace una reverencia, es la primera vez que se pone solemne ante mí y eso me hace ver que lo que acabo de hacer es algo serio. Ojalá no sea tarde para cumplir este deseo. Ya no hay abrazos, su semblante inexpresivo me hace saber que ha entendido.
Estoy de regreso, son casi cinco horas las que llevo en este vuelo, donde todo lo que hay afuera son nubes por encima y por debajo de notros, parece que volamos sobre alguna tormenta. Esto es intenso, elevarse y atravesar la tormenta, continuar volando sobre ella. Mis viajes ya no son como antes, ya no me apresuro a coleccionar mantitas ni almohadas de avión, sólo me siento y pido vino tinto para acompañar mi comida, sin olvidar el té ingles sin azúcar y con crema. Todo se transforma, y el simple acto de extrañar ya no es el mismo, en esa diferencia radica la grandeza, una grandeza que sólo se pude entender desde las alturas, cuando vuelas sobre las tormentas. Y pasa que ya en el avión cuando en algún momento me llego a dormir, sueño que sigo en el aeropuerto, que no he salido de él, sueño que lo recorro, sueño que vivo ahí todo tipo de situaciones, de las más normales hasta las más ridículas, ahí vuelven a aparecer todas las personas importantes de mi vida, todos juntos en ese lugar, como si estuvieran regresando o apunto de partir. Y de esta menara el sentimiento de extrañeza comienza a ganar terreno, comienza a quitarme el poco sueño que me queda, quizá sea por eso que casi no duermo.
De nuevo mis horarios están cruzados, de donde venía eran las 5:10 p.m., y a donde voy son las 10:15 a.m. El choque entre el sueño y el insomnio no tardaran en aparecer, ya me parece estarlo viendo, nada que no haya vivido antes, eso espero. Me encamino a ser de nuevo un extraño, me veo durmiendo en todos lados menos en mi cama, enfermándome del estómago, volviendo a acomodarme a los horarios, al transporte, a los cambios de moneda, eso es lo primero con lo que haré contacto antes que con cualquier otra persona.
La pista de aterrizaje de la ciudad de México es impresionante, no sé si descenderemos sobre una calle o sobre algún centro comercial. El avión ha tocado tierra, algunas personas aplauden, de nuevo hice todo lo que posible pero no pude evitar este regreso. Llego a mi casa, todo tal como lo dejé, en ocasiones me da la impresión de haber llegado a un cuarto más de hotel, creo que no hay mucha diferencia. Desde ese sueño en que la sensación de una mano azul en mi pecho me hizo pasar la mejor noche en mucho tiempo no había vuelto a estar en mi cama, la verdad le tengo miedo, no quiero volver a pasar por lo mismo, así que mejor me duermo en el sillón. Son las tres de la tarde y yo me alisto para dormir como si fueran las diez de la noche.
A dos meses de ese viaje a Narita he podido compartir fotografías y recuerdos con mi abuelo, ya puede estar tranquilo, realicé su encargo. Ahora he sentido lo mismo que él al contarle mis historias. También me doy tiempo de repartir todos los recuerdos y suvenires que siempre ando cargando, tanto materiales como anecdóticos, comienzo a regar todo a donde quiera que voy. Se siente bien esto de terminar de regresar, por fin cumplo este deseo de estar en donde se quiere estar.
Un día después de esos dos meses llega hasta mi bandeja de entrada un e-mail, es de Taro.
Un saludo desde Narita, espero que estés bien al recibir este mensaje. Siempre se me complicó escribir tu nombre, pero aquí en Japón tenemos la costumbre de recordar a la gente por el último contacto que nos deja, así es que te recuerdo con ese abrazo fuerte que es muy característico de tu gente. En todo este tiempo te he recordado mucho, tú sabes que por el tipo de trabajo que tenemos no tenemos mucho tiempo, así que hoy he decidido hacerme uno.
Después de dejarte en el aeropuerto de Narita me dirigí al templo de la ciudad a dejar el retablo que me regresaste en el muro de los deseos, por supuesto no lo leí, eso no es correcto. Hice una oración, unas vaporizaciones y me fui de ahí deseándote buen viaje. Hace poco más de un mes conocí a una chica, llegó hasta mi oficina y sus ojos, esos que tú dices que nosotros no abrimos, me dejaron asombrado, creo que fue algo parecido a lo que tú sentiste con ese pasajero en tu vuelo y que ya no volviste a ver, ahora puedo decirte que te entiendo. Un día salimos a disfrutar de la poca nieve que quedaba y aventarme desde la colina así como tú lo habías hecho. Cerca del templo me dijo que su abuela hace años le había dejado escrito un deseo para ella pero que nunca lo había podido encontrar. Entramos al salón donde estaba la pared de los deseos, después de volver a buscarlo encontró su retablo, era uno con un listón morado que tenía al espíritu azul guardián de los sueños envuelto en llamas. Ella debía ser la primera en leer lo que su abuela le había escrito, después me lo compartió, decía: “Acompáñala y protégela en sus sueños que son el origen de la realidad que guiarán sus pasos”. Olvidaba decirte, su nombre es Noguchi y estaba muy feliz de por fin haberlo encontrado, había llegado a pensar que su deseo se había perdido o había sido robado, era la primera vez que leía lo que su abuela le había escrito cuando ella aún era una niña.
No sé si se trate del mismo trozo de madera que tú regresaste a su lugar, yo quiero pensar que sí, así que gracias por devolverle el sueño a alguien. Ahora estamos saliendo, no sé que pase con nosotros, pero deseamos seguir estando juntos. Fue por eso que ayer, que es el día en que la gente regresa al templo para hacer el ritual de los deseos, he pedido uno para ti. No te puedo decir que pedí hasta que tú regreses a leerlo, aún así pido con todo mí ser que mis plegarias hayan sido escuchadas. Tú devolviste un sueño que me alcanzó a tocar y ahora yo te envió otro que ojalá te toque pronto.
Cuídate mucho amigo y que la luz de tus dioses, que no son muy distintos a los míos, guíen tu camino.
たろ あやぶさ
Era una tarde lluviosa de abril cuando regresé de Los Ángeles, estaba mirando dar vueltas a la banda del equipaje, esperando que el primer objeto familiar que pueda ver sea mi maleta. Salgo a la sala de espera, nadie me espera. Estoy a punto de salir a buscar un taxi cuando mi hombro siente que alguien me llama. ¿Perdón, tienes un chicle? tengo un oído tapado. Claro, siempre tengo uno. ¿Llegas a o te vas? Aún no lo sé, creo que llego y también creo que pronto estaré de nuevo aquí para irme. ¿Y ahora a donde iras? Aún no lo sé. Janete me mira como la primera vez que nos encontramos en ese vuelo, yo en silencio me doy cuenta que aún me falta mucho por conocer, no he entrado al museo de Louvre ni al del Prado, no he estado en una balsa en medio de un lago en Suecia ni he caminado por las calles de Austria. ¿Y tú si sabes a donde irás? Sí, ya he visto mucho de afuera, quiero ahora ver otras cosas, y creo que antes de volver a salir tú deberías hacer lo mismo, deberías conocer más cosas de tu país. Creo que tienes razón, no he ido a la guelaguetza ni he comido chapulines, no he subido al Popocatepetl ni he acampado en Cuetzalan. ¿Ves? deberías comenzar por ahí, yo te podría mostrar.
Mi sueño se cumple cuando vuelo, no hay mucho que pensar, accedo a que ella sea mi guía en este viaje, en mi primer viaje al interior.
Nada como estar en casa y nada como desear volver a salir.
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