VII
Coincidió de manera muy especial, cuando mis conocimientos en medicina se hicieron mayores, cuando su soledad y la mía también se incrementaron. Tuve largas platicas con maestros especializados en oftalmología, les explicaba el cuadro clínico y todo se resumía a convencer a Pedro a someterse a exámenes clínicos y análisis. Él nunca aceptó, siempre evitó tocar el tema de cómo se había quedado ciego, sólo decía que había sido en un accidente, que gustaba de leer en los camiones mientras hacia sus recorridos y que tras el choque de uno de éstos había tenido un desprendimiento de retina entre otros fuertes golpes en la cabeza. De eso habían pasado ya veinticinco años. Pedro no recordaba muy bien ese momento en su vida, pero lo que sí recordaba y que me compartió en esa ocasión, fue lo que esa tarde de junio iba leyendo en un libro de Borges, y que esas letras seguían repitiéndose en su memoria desde el momento del choque; entonces se recargó, inclinó su cabeza y como si estuviera leyéndolo lo repitió: “...a cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. A veces me duermo realmente, a veces he cambiado el color del día cuando he abierto los ojos...” Después de leer eso vino el accidente y Pedro nunca más volvió a ver.
Y sucedió también que una mañana de abril Pedro despertó y decidió regresar por fin a su pueblo natal en la costa, se comenzaba a acostumbrar tanto a mi presencia y a la de Hemingway que decidió irse. Me dijo que podía tomar lo que quisiera, que no deseaba cargar con muchas cosas, también me pedía como favor especial hacerme cargo de Hemingway, yo sólo pedí algo a cambio, que se hiciera esos análisis clínicos. Pedro lo pensó toda una noche y al final aceptó. La mañana de un lunes (que eran los días favoritos de Pedro, él decía que toda la vida se podía empezar desde un lunes) ayudé a subir todo al camión de mudanzas que resultó ser muy grande para lo poco que Pedro había decidido llevarse. Esa misma mañana se había sometido a todos los exámenes que darían un mejor diagnostico sobre su ceguera. Cuando ya estaba todo casi listo un pesado librero sacó de balance a los cargadores y cayó sobre Pedro, entre la confusión los trabajadores le reclamaron preguntándole que si no veía por donde caminaba, que si estaba ciego, a lo que yo les respondí que sí mientras corría a ayudarlo.
Cuando era niño Pedro jugaba al cieguito, perdón, al ciego, pero cuando la oscuridad lo asustaba abría los ojos y el juego terminaba. Hoy ese juego era eterno, pero sigue siendo un juego. Cada vez que vuelvo a dirigir mis palabras a él siento una familiaridad que ya conocía, y a la vez también me invade un sentimiento de desconocimiento he incertidumbre, que también ya conocía. Y es que en la constante del tiempo hay veces que me detengo a hacer esto de acordarme de él, supongo que de vez en cuando se me hace necesario, el hábito de voltearme y mirar sobre mi hombro es algo que tengo que disfrutar antes de que lo pierda. Fue curioso que le haya pasado ese accidente justamente en ese momento, no antes ni después, sino precisamente en ese momento. No tenía ni una semana que había decidido cambiarse de ciudad, que había tomado todas sus cosas y estaba a punto de irse, seleccionando los objetos y los recuerdos que se llevaría con él, dejando otros tantos en el olvido. De haber estado en su lugar yo hubiera cargado con todo, no hubiera dejado nada. Y es que todo tiene tanto, todas las cosas me despiertan un recuerdo, y a veces, cuando no me acuerdo del recuerdo que algún objeto debería despertarme me lo invento, y tan bien lo hago que al paso del tiempo me lo creo. Pero él no, desechaba objetos que yo nunca imaginaría en otro lugar mas que a su lado. Todo lo dejaba ir tan fácil, cuando más se tardaba dos segundos para analizar, para tocar, después pensaba y se deshacía de todo. Lo envidié mucho, quien fuera como Pedro, dejando todo atrás, sin buscarle recuerdo a lo que probablemente no lo tenía. Con qué facilidad se soltaba.
No lo pude evitar, algunas cosas que dejó yo las tomé, ahora las tengo guardadas, aunque trato de que no sean muchas. Cada vez que las veo me recuerdan que tan fácil puede ser soltarse de todo, también me recuerdan que no tiene ni una semana que Pedro se quería ir, y que ahora está en una cama de hospital, tan diferente a la suya, sin poder moverse, esperando que la lesión en su espalda no sea tan grave. Yo ya quiero verlo después recordando todo esto y dejándolo ir, para que siga con su vida desde donde tenía pensado hacerlo, sin más cargas que las necesarias, con el mínimo peso para que no se lastime la espalda.
Tus muebles están en el mismo lugar y Hemingway sigue levantando sólo la cabeza para vigilar los movimientos que Schubert crea a su alrededor, afuera sigue lloviendo como a ti siempre te ha gustado. Yo no voy a decir nada, cuando revisé los resultados de tus análisis supe que no había motivo médico para tu ceguera, que tu falta de visión es tan explicable como aquel que sólo cerró los ojos y decidió nunca más volverlos a abrir. Así como hay quien decide no hablar o no caminar, tú decidiste ya no ver más, dicen que uno ve lo que quiere ver, y supongo que tú ya habías visto demasiado.
Ahora sí, ya puedes tener esa sensación, tu hermosa sensación de que estas regresando de algún lado, volando; pues volar como tú lo haces, al ras del suelo, también es volar.
FIN
Invierno 2003
“…Living is easy with eyes closed…”
John Lennon, Strawberry Fields Forever