El Blog de Marco Polo Pérez Xochipa

sábado, 30 de junio de 2012

Un minuto de amor...

Cierren los ojos, concéntrense, por un minuto traten de recordar algún momento de su vida donde hayan recibido mucho amor...

Recuerdo que estaba enojado con ella, no recuerdo porqué pero si recuerdo que jamás me había enojado tanto. En todo el día no le dirigí la palabra, ignorarla se había vuelto difícil porque nunca en mi vida había ignorado a alguien con tantas ganas como en ese momento. Me hablaba y no hacía caso, hacia otras cosas o me iba, trataba de no estar ahí.
Todo el día fue así hasta que llegó la noche, en ese momento ya no podría evadirla más. Me acosté sin muchas ganas de dormir, ella se acercó hasta mí y me dijo buenas noches, al principio no contesté pero ella estaba ahí a mi lado esperando que yo dijera algo, entonces voltee y la mire, su rostro era sereno, fue cuando no pude más, la abracé y ella me abrazó, lloramos juntos y cuando pudo hablar me pregunto ¿ya te vas a portar bien?... Si mamá...
Tenía 5 años.

Se había terminado el minuto, cuando abrí los ojos las lágrimas que hasta hace un momento no estaban caían al piso. Fue un minuto de amor que se transformó en toda una vida.



Feliz cumpleaños a mi...


miércoles, 20 de junio de 2012

Cuando te sueltas 7/7


VII


Coincidió de manera muy especial, cuando mis conocimientos en medicina se hicieron mayores, cuando su soledad y la mía también se incrementaron. Tuve largas platicas con maestros especializados en oftalmología, les explicaba el cuadro clínico y todo se resumía a convencer a Pedro a someterse a exámenes clínicos y análisis. Él nunca aceptó, siempre evitó tocar el tema de cómo se había quedado ciego, sólo decía que había sido en un accidente, que gustaba de leer en los camiones mientras hacia sus recorridos y que tras el choque de uno de éstos había tenido un desprendimiento de retina entre otros fuertes golpes en la cabeza. De eso habían pasado ya veinticinco años. Pedro no recordaba muy bien ese momento en su vida, pero lo que sí recordaba y que me compartió en esa ocasión, fue lo que esa tarde de junio iba leyendo en un libro de Borges, y que esas letras seguían repitiéndose en su memoria desde el momento del choque; entonces se recargó, inclinó su cabeza y como si estuviera leyéndolo lo repitió: “...a cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. A veces me duermo realmente, a veces he cambiado el color del día cuando he abierto los ojos...” Después de leer eso vino el accidente y Pedro nunca más volvió a ver.

Y sucedió también que una mañana de abril Pedro despertó y decidió regresar por fin a su pueblo natal en la costa, se comenzaba a acostumbrar tanto a mi presencia y a la de Hemingway que decidió irse. Me dijo que podía tomar lo que quisiera, que no deseaba cargar con muchas cosas, también me pedía como favor especial hacerme cargo de Hemingway, yo sólo pedí algo a cambio, que se hiciera esos análisis clínicos. Pedro lo pensó toda una noche y al final aceptó. La mañana de un lunes (que eran los días favoritos de Pedro, él decía que toda la vida se podía empezar desde un lunes) ayudé a subir todo al camión de mudanzas que resultó ser muy grande para lo poco que Pedro había decidido llevarse. Esa misma mañana se había sometido a todos los exámenes que darían un mejor diagnostico sobre su ceguera. Cuando ya estaba todo casi listo un pesado librero sacó de balance a los cargadores y cayó sobre Pedro, entre la confusión los trabajadores le reclamaron preguntándole que si no veía por donde caminaba, que si estaba ciego, a lo que yo les respondí que sí mientras corría a ayudarlo.

Cuando era niño Pedro jugaba al cieguito, perdón, al ciego, pero cuando la oscuridad lo asustaba abría los ojos y el juego terminaba. Hoy ese juego era eterno, pero sigue siendo un juego. Cada vez que vuelvo a dirigir mis palabras a él siento una familiaridad que ya conocía, y a la vez también me invade un sentimiento de desconocimiento he incertidumbre, que también ya conocía. Y es que en la constante del tiempo hay veces que me detengo a hacer esto de acordarme de él, supongo que de vez en cuando se me hace necesario, el hábito de voltearme y mirar sobre mi hombro es algo que tengo que disfrutar antes de que lo pierda. Fue curioso que le haya pasado ese accidente justamente en ese momento, no antes ni después, sino precisamente en ese momento. No tenía ni una semana que había decidido cambiarse de ciudad, que había tomado todas sus cosas y estaba a punto de irse, seleccionando los objetos y los recuerdos que se llevaría con él, dejando otros tantos en el olvido. De haber estado en su lugar yo hubiera cargado con todo, no hubiera dejado nada. Y es que todo tiene tanto, todas las cosas me despiertan un recuerdo, y a veces, cuando no me acuerdo del recuerdo que algún objeto debería despertarme me lo invento, y tan bien lo hago que al paso del tiempo me lo creo. Pero él no, desechaba objetos que yo nunca imaginaría en otro lugar mas que a su lado. Todo lo dejaba ir tan fácil, cuando más se tardaba dos segundos para analizar, para tocar, después pensaba y se deshacía de todo. Lo envidié mucho, quien fuera como Pedro, dejando todo atrás, sin buscarle recuerdo a lo que probablemente no lo tenía. Con qué facilidad se soltaba.
No lo pude evitar, algunas cosas que dejó yo las tomé, ahora las tengo guardadas, aunque trato de que no sean muchas. Cada vez que las veo me recuerdan que tan fácil puede ser soltarse de todo, también me recuerdan que no tiene ni una semana que Pedro se quería ir, y que ahora está en una cama de hospital, tan diferente a la suya, sin poder moverse, esperando que la lesión en su espalda no sea tan grave. Yo ya quiero verlo después recordando todo esto y dejándolo ir, para que siga con su vida desde donde tenía pensado hacerlo, sin más cargas que las necesarias, con el mínimo peso para que no se lastime la espalda.

Tus muebles están en el mismo lugar y Hemingway sigue levantando sólo la cabeza para vigilar los movimientos que Schubert crea a su alrededor, afuera sigue lloviendo como a ti siempre te ha gustado. Yo no voy a decir nada, cuando revisé los  resultados de tus análisis supe que no había motivo médico para tu ceguera, que tu falta de visión es tan explicable como aquel que sólo cerró los ojos y decidió nunca más volverlos a abrir. Así como hay quien decide no hablar o no caminar, tú decidiste ya no ver más, dicen que uno ve lo que quiere ver, y supongo que tú ya habías visto demasiado. 


Ahora sí, ya puedes tener esa sensación, tu hermosa sensación de que estas regresando de algún lado, volando; pues volar como tú lo haces, al ras del suelo, también es volar.


FIN


Invierno 2003

lunes, 18 de junio de 2012

Cuando te sueltas 6/7

VI

Pero lo mejor de todo era cuando Pedro se quedaba dormido, ahí ya no existían limites ni diferencias con las demás personas, quizá dormidos todos somos iguales. Ahora todas las formas, colores y figuras estaban en sus sueños, ahí dejaba de ser ciego, ahí ya no había oscuridad, todo lo recordaba exactamente como era, y cuando no recordaba algún detalle, lo inventaba; su imaginación coloreaba lo que ya había escapado a su recuerdo. Con el tiempo muchas veces llegó a cambiarlo todo en su memoria, cuando ya no recordaba nada, cuando quería que las cosas fueran diferentes. Así pues pintaba el mar de morado, el cielo se volvía verde, todo en su mundo era diferente y me imagino que hermoso, pero repito, lastima que se le hiciera tan difícil explicarlo. Creo que lo mejor de la ceguera para Pedro, era que se veía a si mismo como él quería.

Pedro me incitó tantas veces a escribir pero nunca me gustó, se me hace innecesario cuando es posible mejor hablar, aparte que siempre he tenido problemas de redacción. Siempre contengo las letras seleccionándolas y deteniéndolas, unas las consigo resguardar, otras se me escapan y no es mi voluntad que así sea, pero sí mis ganas de que sean leídas. Rondo las ideas y espero que salgan las necesarias, las que vallan realmente al centro y también las que de alguna manera ronden en pos de lo mismo, es decir, ser lo más difícilmente directo, aunque no siempre resulte lo que espero, es por eso que mejor no escribo.
En estos últimos días Pedro ha estado más solo que otras veces. Una noche terminamos con una botella de tequila y le pregunté, mientras se encendía un cigarro, que cuanto hacía que no se enamoraba, él se disculpó, pero yo le dije que no tenía porqué, que sólo quería saber desde cuando no se enamoraba, el riéndose me dijo que no fuera pendejo, que no se estaba disculpando, que el perdón que había dicho era porque no había escuchado bien la pregunta. Yo estoy seguro que me escuchó perfectamente, si estaba ciego, no sordo, pero prefirió no contestar, era fácil adivinar que ya hacía mucho tiempo de eso, desde antes que dejara de ver. 

La horrible mujer que lo llegaba a visitar de vez en cuando había dejado de ir, las cartas de Clara también dejaron de llegar, supuse que ella ya habría muerto con la idea de que su hermana vivía feliz cerca de alguna playa del pacifico, ambos nos sentamos tranquilos de pensar eso. Pero lo peor de la soledad de Pedro, y yo creo que de cualquier soledad,  es cuando ésta se daba incompleta, es decir, cuando se tambaleaba entre el estar completamente solo y el estar completamente acompañado. Él no estaba solo pero tampoco se estaba con alguien, y así es como él se mentía y no se podía doler como hubiese querido; no se podía estacionar en ningún sentimiento, se quedaba entre el llanto y la risa, entre el sentir todo y no sentir nada. Esa es la peor de las soledades, la que es espejismo y simple alucine, la que es y no es. Estoy seguro que Pedro coincidía con Sabines cuando hablaba de que ya no quería estar mirándose (o en su caso sintiéndose) los brazos, ya no quería estar todas las noches vigilando cuando se iba a dormir, lo que quería era que pasara algo, morirse de veras o que de veras estuviera fastidiado... Esas medias tintas lo hartaban más que lastimarlo. El dolor es, por lo menos, certeza de algo que es, que va a ser o que nunca será, el estar harto no es mas que más de lo mismo, más de la nada.

Sé que Pedro lo supo, sabía todo lo que pasaba en su casa al rededor de él, muchas noches entre la oscuridad tomaba una pluma que siempre estaba en el mismo sitio esperándolo, y escribía (en esas noches agradecía la ausencia de la maquina de escribir) escribía en hojas que para él eran negras, sin la posibilidad siquiera de poder leer después lo que ahí plasmaba, todo era interpretación y deducción. En noches como esa tenía que adivinar donde acababa he inicia la hoja, de la misma manera como adivinaba cuando acababa y termina la noche, el día, el atardecer. Su soledad inestable, su compañía igual, tambaleante, intermitente, ambas redundantes, no podía ser ya de otra manera aunque él así lo quisiera, sólo le quedaba vivirla y respirarla, ¿pero que es la vida sino eso? Respiraciones y roces con todas las cosas.



Capítulos anteriores:

martes, 12 de junio de 2012

Cuando te sueltas 5/7


V

Pedro nunca me lo dijo, pero sabía que le hubiese gustado haber tenido algún recuerdo de su niñez, alguna imagen en su mente cuando por primera vez vio a su madre, cuando ella lo vio por primera vez a él. Algo así como una fotografía, en la que no se muestra el antes ni el después, se muestra sólo el momento, y entonces nos da la posibilidad de fantasear con el cómo se dieron las cosas, pero nada más. Ahora los recuerdos de Pedro eran así, imágenes aisladas y sin mucho sentido, a menos que se detuviera a analizarlas nuevamente, a revalorarlas y a robarles un poco de todo lo que representaron en su momento. 
Al paso de los años, las imágenes en su cabeza comenzaban a revolverse y sobreponerse unas con otras, como un bonche de fotografías que se caen y se revuelven y entonces deja de importar el orden de como estaban; ya no le quedaba más que eso, imágenes y recuerdos, recuerdos e imágenes, todas revueltas, desfasadas, todo lo que pudo capturar con la vista ya lo había hecho tiempo atrás, ahora sólo le quedaba percibir otras tantas cosas que antes no le habían preocupado, ahora las imágenes que no alcanzó a ver ya no las vería. Sin embargo la creación de las mismas se convertía en su incentivo, en su forma de vida y en su única manera de percibir lo que ya no había alcanzado a ver. Lo que tenía en sus recuerdos era lo único y sería sólo suyo y hecho por él, lastima que le fuera tan difícil explicarlo.

En una de las tantas madrugadas en las que Pedro hacia su vida epistolar tocó a mi puerta, me pidió que por favor lo acompañara a la azotea, él podría ir sólo, pero las alturas era algo que aún no podía dominar, y más cuando todo se llenaba de tendederos con ropa y tinacos que para él serían trampas mortales. Primero no se veía nada, todo era oscuro y silencioso, el cielo de las cuatro y cuarto de la madrugada no era diferente a otros cielos de otras noches, de otras madrugadas, de pronto algo pasó rápido, después otra luz surcó el cielo deprisa, una tercera se pudo apreciar mejor, después fueron más, todas al mismo tiempo, a lo lejos las estrellas caían y caían desde lo más alto, perforando el cielo y el frió constante. Octubre y noviembre traían todo eso, cielos despejados, noches claras y frías, atardeceres amarillos y melancólicos, hasta esa lluvia de estrellas que no se volvería a repetir hasta dentro de muchos años. Pedro se abrazaba a sí mismo mientras levantaba la cabeza y trataba de adivinar donde se originaría el siguiente trayecto de alguna estrella, momento que duraba muy poco. Cuando los pájaros comenzaron con sus trinos en los arboles nos fuimos a dormir. Yo pensaba que me había llevado para que le describiera lo que yo veía, pero él desde el principio me pidió que observáramos en silencio.

Y es que a veces no era necesario describirle nada, cuando viajaba no necesitaba ver afuera para saber por donde pasaba. Recuerdo que un anochecer de verano viajábamos por la carretera, yo manejaba mientras él a mi lado dormía, después de varias horas de viaje se despertó y solamente bajó un poco la ventana del automóvil para respirar el aire frió, supo que era de noche y que a la orilla de la carretera había altos árboles, comenzó a imaginar que quizás una luna llena iluminaba tenuemente la oscuridad del cielo y del camino, y aunque Pedro no veía nada, seguía con la costumbre de cerrar los ojos con fuerza para imaginar lo que podría haber afuera. Me imagino que era ahí cuando desaparecía un poco de oscuridad en su vida.


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lunes, 4 de junio de 2012

Cuando te sueltas 4/7


IV

En el tiempo en que Pedro aún podía ver también era así, tan normal, durmiendo por las noches cuando todos lo hacían, pero hubo una época en la que le gustaba mantenerse despierto toda la noche, por lo menos hasta que el horizonte comenzaba a clarear, entonces llegaba a su cama y se dormía con los trinos de los pájaros. Ahora eso no había cambiado mucho, sentía el frío y escuchaba a los mismos pájaros aglomerarse en los árboles, así era como continuaba quedándose dormido. Mantenerse despierto cuando la mayoría de la gente duerme es como caminar entre los muertos, se hace despacio y casi de puntitas para no despertarlos. Y es que después de toda una jornada (para Pedro no había días), el silencio que acompañaba a su cabeza al hacer contacto con la almohada le traía consigo recuerdos peligrosos, había que caminar entre ellos con mucho cuidado para no tener que tropezar con alguno en especial, con uno con el que no se pudiera lidiar esa noche en particular, es como caminar en un campo minado, a veces así también es como yo duermo, como yo camino.

Los lunes el correo llegaba puntual, una de mis funciones era abrirlo y leerlo sin hacer preguntas, y era difícil no preguntar sobre Clara, quien escribía a esa dirección pensando que ahí aún vivía otra persona. Cuando Pedro lo consideró oportuno me explicó, raro en él que nunca explicaba nada. Ese departamento en el que vivíamos había sido prácticamente un hotel de paso para mucha gente, hasta ahí aún llegaban cartas de personas que nunca notificaron su cambio. Una de esas cartas era la de Clara, quien se escribía con su hermana mayor y que no sabía que ésta estaba en la cárcel. Alguna vez Pedro intentó escribir la verdad, pero como en su trabajo de redactor de vidas ajenas escuchaba tantas historias, comenzó a inventarle una, sin pensarlo mucho y sin autorización de ningún tipo, sólo que con la buena intención de enviar falsas esperanzas a una anciana de provincia. Y así fue como cada mes creaba una vida para ambas, para que pudiera mantener una ilusión sin volver a saber nunca más una de la otra. Fue ahí cuando esa anciana se convirtió en tía, cuando se hizo confidente, cuando se hicieron mejores hermanas. Gracias a esas historias que Pedro escribía la viejita supo que Clara ya no regresaría, pero aún así, en el ir y venir que tuvieron esas misivas no hubo cabida para más tristezas.

Esas cartas eran la compañía y parte de la razón de escribir de Pedro. Yo se las leía y él después se metía a su recamara a darle a la ruidosa maquina de escribir. Cuando Pedro no tenía qué contar a Clara, y cuando las historias que escuchaba de otras personas en su trabajo no le eran suficientes, volvía a tomar su bastón y su sombrero y recorría la avenida principal varias veces, se concentraba en tratar de escuchar pequeños fragmentos de conversaciones ajenas, ahí se podía escuchar de todo, sólo con una parte de pequeñas platicas que oía armaba toda una historia, que como dije, lo mantenían sobre la maquina de escribir toda la noche.

Una día en que el olor a dulce en la calle era mayor, Pedro me pidió que esa noche buscara otro lugar donde dormir, y aunque no era la primera vez que me lo pedía siempre me pareció muy extraño, pero una de las cosas que había aprendido era a no hacer preguntas, de todos modos siempre me imaginaba de que se trataba. A la mañana siguiente llegué temprano y la puerta seguía cerrada, antes de poder sacar mis llaves salió de ahí una mujer, me sorprendí tanto, no sé si era por el hecho de ver a una mujer en ese lugar y a esa hora, o por lo poco atractiva y desaliñado de su persona. Entré y Pedro estaba sentado en su sillón, mirando a la ventana, digo, como si estuviera mirando por la ventana, con las manos, el bastón y Hemingway donde siempre. Por primera vez desde que yo había estado ahí había movido un mueble, su respiración era pausada y su semblante tranquilo, me invitó a sentarme y me habló sobre una de las mejores noches de pasión en su vida. Nunca sabrás lo que es hacer el amor de verdad hasta que no estés ciego, me decía mientras recargaba su bastón en sus piernas. Imaginé cómo sus dedos habrían leído el cuerpo de esa mujer como si hubiera sido una lectura en Braille, de cómo su piel le había hablado de ella, más que sus imágenes o sus expresiones, de cómo al respirarla le habría robado la esencia, de cómo no eran necesarias las palabras, los ojos. Y fue tal la pasión y lucidez de su relato que me pareció inapropiado hablarle del esperpento de mujer con la que me había topado al entrar, definitivamente no estaríamos hablando de la misma persona. Y yo que siempre he sido tan visual, tan “primero hay que ver”. Lo escuché de tal manera que sus palabras me hablaban de formas diferentes de ver y hacer el mundo, en ese momento y sin previo aviso llegué a casa de mi novia, a media noche y con los ojos vendados traté de experimentar lo más cercano a hacer el amor sin más apreciación que la que da el ser sin una pizca de luz en los ojos.