El Blog de Marco Polo Pérez Xochipa

martes, 27 de marzo de 2012

Cuando te sueltas 2/7


II

Es así como ya llevo viviendo en esa casa todo este tiempo, a unos cuantos días de graduarme he irme a hacer mi internado lejos de aquí. En el transcurso de los años que he vivido con Pedro le he leído tantas cartas y libros que ya perdí la cuenta. Y es que es difícil mantenerse al día, casi siempre llega con uno diferente para almacenarlo en su librero que desde hace mucho dejó de tener cupo. Nunca podré olvidar su cara mientras le leía, cómo apretaba sus ojos imaginando, visualizando y sintiendo cada una de mis palabras, descansando una mano en el brazo del sillón y con la otra acariciando la cabeza de su perro, adivinando él mismo mi sentir en cada una de las frases que iba citando y lo que éstas iban moviendo en mí. Él sabía las expresiones que mi cara hacía, supongo que las deducía por el tono que yo mismo le daba a las palabras. 
Entonces se esperaba hasta el último momento, hasta el último punto impreso, después daba una fuerte respiración y se levantaba de su sillón. Otra regla que aprendí en ese tiempo de vivir con él, era que no podía mover nada de su sitio, todo estaba medido para su mejor desplazamiento, él sabía donde estaba todo. En su recamara había una cama sencilla, un buró con flores que le mandaba la vecina del siete y que llenaba con su aroma toda la habitación, por último una mesa donde una maquina de escribir vieja llenaba el silencio de la noche, ese impenetrable silencio de la noche. Siempre llamó mi atención una vela que usaba y que se encontraba al lado de sus papeles y de su maquina de escribir, cuando le pregunté que para qué la usaba me dijo que era para sentir el calor en la cara mientras escribía en la ruidosa maquina, esa misma que muchas veces no me dejó dormir y que hizo la función de incesante gotera, penetrando en la oscuridad de ambos, cuando en ambos no había más luz que la de nuestros sueños, cuando él soñaba despierto y yo... yo simplemente soñaba. Pero estaba recordando que después de esa lectura diaria Pedro se levantaba de su sillón, tomaba su sombrero y salía, varias veces intenté ayudarlo y acompañarlo, pero él nunca me dejó, decía que no quería malacostumbrarse a la compañía de alguien, y sólo quien vive con un cieguito lo entiende, y de hecho sólo había una cosa que le molestaba, el que lo llamaran así, cieguito, decía que ese diminutivo no lo haría ver más ni lo haría ser menos ciego.

El perro se llamaba Hemingway, alguna vez había hecho el trabajo de perro guía, pero después del accidente en donde se había lesionado la pata trasera, se había convertido en un compañero más de cuarto y de vida para Pedro, después de eso decidió ya no tener otro. Fueron muchas las veces que miré a Pedro irse y regresar después de la lectura diaria, y aunque no lo veía en su trayecto sabía cómo era éste. Me imaginaba que cuando la puerta se cerraba detrás de él bajaba las escaleras cautelosamente, ya en la calle daba un respiro y se ponía sus sombrero, en esas tardes caminaba con el sol y el viento en contra, golpeándole la cara. Nadie en la calle lo conocía, nadie sabía nada de él, ni su nombre ni si prefería la compañía de los hombres o de las mujeres, o si su Dios era el que prometía un paraíso o el que lo hacía sentir culpable. Mientras caminaba su bastón era una extensión más de su mano derecha, tanteando el camino en busca del menor obstáculo. Pedro sabía que la gente lo miraba, él sabía que nadie le sonreía, pero por estos días eso es señal de que todo estaba bien, algunos desviaban su mirada a lo largo de su pelo entrecano, y ya pasando desapercibido por los demás él se sentía aceptado. Mientras seguía caminando (y por la manera en cómo se desplazaba, hacía suponer que conocía de memoria el adoquín de la calle) respiraba profundamente el dulce que comenzaba a llenar el aire proveniente de un puesto de garapiñados en la esquina, me imagino que ahí era cuando sonreía y respiraba más profundamente, a la vez que ese sol que golpeaba y entibiaba su cara era incapaz de deslumbrarlo. Siempre se me ha hecho curiosa la forma y los objetos en donde las personas depositan su fe. Pedro iba racionando su fe a lo largo de su camino, en su bastón, alguna vez en Hemingway, en la gente que le daba su cambio en billetes, en quien lo ayudaba a cruzar la calle y se ganaba el cielo con su buena acción del día, él tenía la confianza plena y muy ciega en todos quienes lo rodeaban. Eso también era clásico en él, servirse de su ceguera para hacer bromas y divertirse con su situación. Alguna vez me contó que gracias a eso le estaba permitido cometer cientos de errores, cuando sabía que había hecho algo malo sólo decía que lo disculparan, que nunca veía lo que hacía.


Capítulo anterior:
Cuando te sueltas 1/7 http://leerparacreer2010.blogspot.mx/2012/03/cuando-te-sueltas-17.html

jueves, 22 de marzo de 2012

Cuando te sueltas 1/7

"Cuando te sueltas" fue hace 9 años uno de los cuentos más emblemáticos que he podido escribir, fue creado a partir de una imagen que llegó de la mano de una simple frase dicha por Kelsang Sukha, una monje budista que conocí hace años: "suéltate, la vida realmente comienza cuando te sueltas"... Pero lo más significativo fue el haberme inspirado en mi hermano. Es así como después de 4 años de blog y cerca de las 10000 visitas, quiero celebrarlo con un cuento en 7 partes, con uno de los escritos que ha sido resultado directo de uno de los aprendizajes más dolorosos pero significativos: Hay que perder para encontrar
Hoy más que nunca lo creo así
Gracias.

I

“El regresar de algún lado debe ser hermoso, regresar volando, cómo me gustaría tener esa sensación de que estoy regresando al lugar de donde soy, quizá para eso primero tenga que irme...” Eso fue lo último que escribió Pedro cuando aún podía ver.
Recuerdo que fue en el año en que murió mi padre, nunca mi vida se había desorganizado tanto como en aquella vez, los conocimientos de segundo año de medicina no me fueron suficientes para ayudarlo contra esa terrible enfermedad que poco a poco lo iba consumiendo. Ahora me encontraba sólo, sin ningún lugar a donde ir, con sentimientos de culpa que no me dejaban dormir. Ahí fue donde todo comenzó. Recuerdo también que tuve que buscar una pensión para estudiantes y dejar el apartamento que alquilaba, mi vida daba un giro, por primera vez tenia que limitarme como nunca lo había hecho, y entonces encontré ese lugar, descrito en un pequeño papel amarillento pegado en un poste de luz: “pensión para estudiantes, sin alimentos”. Al llegar a ese lugar pensé que ya estaría ocupado, habían pasado ya varios días en lo que me decidía a ir, pero después me di cuenta que no, que nadie podría interesarse en un lugar como ese. Fue entonces que toqué la gruesa puerta de madera obscura y apolillada, digna de ese edifico húmedo con escaleras de piedra he incrustaciones de azulejos amarillos y azules en los escalones, dentro de esa pequeña vecindad que nunca pensé habitar hasta ese día. Varias fueron las veces que pasé frente a ese edificio y nunca me imaginé viviendo en él, pensaba que estaría abandonado, que adentro sólo viviría gente sola, no me equivoque.
Al primer golpe se escuchó el ladrido de un perro, al segundo golpe la puerta se abrió. Ahí estaba él, asomando solamente la oreja, con la cadena de seguridad a la altura de mejilla, preguntándome qué se me ofrecía. Cuando supo para qué estaba ahí la puerta se volvió a cerrar y después se abrió completamente. Por dentro la casa se veía más grande aún, quizá era por los pocos muebles que había, aunque intentaba estar limpia algunas hojas secas de árbol que entraban por una gran ventana se esparcían por el piso. El perro que había ladrado se acercó despacio para olerme la mano, cojeaba de su pata trasera. La única luz que entraba era la de una ventana que daba directamente a la calle, desde ese tercer piso. Nada estaba fuera de lo normal, después de un tiempo todo comenzaba a volverse acogedor, después de todo quizá podría vivir un tiempo ahí, pero sólo un tiempo.

Su nombre era Pedro, nunca olvidare la forma en cómo lo mencionó, fue de tal manera que no había necesidad de preguntar más. Caminó frente a mí con paso lento y con un movimiento de su mano me invitó a sentarme en la sala, en ningún momento pareció mirarme, fue hasta que lo tuve enfrente que lo descubrí, no sé si es porque estaba distraído mirando la escasa decoración del lugar o porque él se desenvolvía tan bien. Pedro estaba completamente ciego. Mientras la música de Schubert comenzaba a envolverlo todo, empecé a creer que había cometido un error al acudir a ese lugar. ¿Quién podría vivir con un ciego? Definitivamente algo que no estaba dispuesto a hacer era cuidar de un invidente, no en ese momento, no con tantas cosas que tenía encima. Entonces pensé en ser cortés he irme cuanto antes, pero creo que Pedro imaginó gracias a mis largos silencios mi sentir y se me adelantó, no debía suponer que él necesitaba de un enfermero, era evidente que se sabía valer perfectamente por sí mismo, y antes de poder disculparme por lo que no dije pero sí pensé, se levantó y caminó perfectamente hasta tomar una jarra con agua que estaba sobre la mesa, el perro desde su esquina sólo levantó la cabeza para vigilar el certero movimiento. Me dijo que no me cobraría alquiler, que si le gustaba el lugar podría tomarlo, y que sólo pedía a cambio que le leyera su correspondencia y algunas otras lecturas en voz alta de una hora diaria. Todo me pareció muy excéntrico, pero después de dar otro vistazo a lo que me rodeaba, incluyendo la atmósfera que Schubert ya había creado, lo fui comprendiendo, realmente no era nada del otro mundo, y para mi situación era lo mejor.


Segunda parte: http://leerparacreer2010.blogspot.mx/2012/03/cuando-te-sueltas-27.html