A un año de esa última noche en Madrid...
Son 37 segundos de video desde mi cuarto de hotel en Madrid, desde donde solamente se ve una calle iluminada por el alumbrado público y el viento haciendo ruido entre arboles. Al ver esas imágenes lo que más recuerdo es el frío, mucho frío.
Dos semanas antes preparaba mi maleta solo, bajaba a la sala también solo, no había comité de despedida como en años anterioes, no había muchos abrazos, no había fotos ni había encargos. Aún de madrugada mi desayuno a solas traía su porción de reflexión y de imágenes de viajes pasados:
"Acostado por última vez en esa cama recuerdo cuando pasé los
cinco minutos más mágicos de mi vida estando debajo de los frescos de Miguel
Ángel en la Capilla Sixtina y por fin saber a lo que olía ese lugar. Pasa por
mi mente el momento en que compré los mejores libros de Picasso frente a la
fuente de Neptuno en Madrid, de cuando tomé un café en las calles angostas de
París, de las noches en Roma, los jardines en Alemania, de las caminatas por
las playas del mar adriático y del mediterráneo, del centro de Hong Kong y de
su Buda gigante, todos esos recuerdos me vienen siempre al final de cada
viajes, pero lo que más recuerdo es la mano de mi madre llevándome por la calle
y yo teniendo tanto miedo de que me fuera a soltar, ahora estoy lejos de ella,
si me viera estaría orgullosa de mi, de cómo no sólo me solté de su mano, si no
que aprendí a caminar sólo, solamente con su imagen en mi mente"
Años atrás el haber escrito esas letras me hacían sentir maduro, fuerte... y esa mañana, mientras lavaba mi plato y mi maleta me esperaba en la sala, sentía una presión enorme en el pecho y un nudo apretado en la garganta, no quería que nada de esas letras se volvieran realidad; sólo entré a su habitación para despedirme de ella, para besar su frente y para que ella me diera lo único que necesitaba para poder irme tranquilo, su bendición, esa que me sigue acompañando en este viaje, que es toda mi vida.
Regresé de nuevo a París, descubrí Toledo, reconocí Murcia, conocí a la Gioconda en Louvre y volví a caminar por Madrid; todo el tiempo con mi madre en los ojos. Y al final, esa última noche antes de regresar a casa vi la hora, y sin poder dormir grabe un momento lo que pasaba afuera, tan similar a lo que sentía por dentro: el frío, ramas moviéndose por el viento, luces que iluminaban una porción de calle solitaria, todo pronosticando tiempos difíciles.
Tuve que irme para encontrarme, para volver a mirarme en el reflejo de las ventanas y recordar que puedo encontrar el camino a casa desde cualquier lugar del mundo en el que estoy. Tuve que irme para ver a la distancia y tomar aire, apretar los puños y enfrentar el nuevo trance que al día de hoy me mantiene volteando hacia atrás mientras camino hacia adelante, que es hacia donde está la vida.
El viaje terminó en el mejor lugar, cuando regresé a casa, cuando aventé la maleta y entre a su recamara, encontrándola tal como la dejé, en su cama, mirándome y preguntándome ¿cómo te fue?
El viaje terminó en el mejor lugar, cuando regresé a casa, cuando aventé la maleta y entre a su recamara, encontrándola tal como la dejé, en su cama, mirándome y preguntándome ¿cómo te fue?