El Blog de Marco Polo Pérez Xochipa

miércoles, 26 de diciembre de 2012

El Efecto Mariposa

Hay mariposas maleables, flexibles con olor a dulce, que son azules, que llegan y te hacen el día aunque sea de noche...

Llegó como llegan las cosas buenas en la vida: sin esperarla, tomándolo por sorpresa en medio de aleteos tecnikolor como sacada de una canción de Páez. Se posó en su hombro y le sonrió, después emitió un canto que le era familiar; sonidos y risas de vuelos pasados, de vidas al borde, de pestañeos largos e hipnóticos. Él sentado desde su luna la miró a contraluz y todo tuvo un nuevo sentido, contemplarla a la distancia le hacia apreciar mejor sus movimientos, a la vez que se volvía a preguntar si habría sido enviada desde alguna parte o todo era un efecto de la casualidad, que de igual manera para ese momento, en que sus planetas se volvían a alinear, realmente ya no importaba mucho.
Había algo en el ambiente que se combinaba con su presencia, era la mezcla de lo onírico con lo real, y entonces él se volvía uno con el universo, con su luna, con esa parte olvidada por él mismo. Y regresaban de todas partes hasta donde él estaba, todas las sonrisas guardadas, la esperanza dormida, la alegría negada.

El efecto mariposa tenía ahora un nuevo significado que se podía tocar; ese aleteo desde mares lejanos que ocasionaba huracanes, que sacudía y alteraba vidas lo volvía a envestir. Y él sentado desde su luna, con las ideas encendidas en su cabeza como una sola estrella, la contemplaba desde las alturas, a la distancia, esperando el momento justo de aventarse y volver a volar.

viernes, 2 de noviembre de 2012

El punto que faltaba...



Cuando Paul McCartney grababa su disco “Memory Almost Full” leyó sobre el enfoque Irlandés sobre la muerte, el cual se concibe como un despertar, como algo celebratorio. Conoció entonces a una mujer irlandesa la cual al despedirse le dijo: “Te deseo una buena muerte”. McCartney no supo que responder y después de pensarlo un rato sintió que ese mantra era una de los mejores deseos que le habían dicho en su vida, entonces inspirado en eso grabó una canción llamada “Al final del final” donde dice: “El final del final es el comienzo de un viaje a un lugar mucho mejor y esto no es malo, por lo que un lugar mucho mejor tiene que ser especial. No hay necesidad de estar triste…” Esto se conecta con ese otro mantra beatle que escribió en la canción "The End":



Cuando me encontré con la siguiente imagen en Facebook me encantó, de alguna manera reunía los que se podrían considerar son los puntos importantes en la vida. Sin duda la felicidad, el dar amor, ser uno mismo y hacer lo que más nos gusta son puntos vitales para un desarrollo integral del ser humano. La imagen original sólo mostraba 9 puntos, dejándome el punto 10, que es el punto que no puede faltar en un plan de vida, un punto del que no muchos quieren hablar pero que ahí está y que se relaciona con cada uno de los puntos anteriores, en especial con el 7 que habla sobre comprender mejor la vida.

Desearle una buena muerte a alguien debería ser uno de los mejores deseos que alguien pudiera decirle a otra persona, el deseo de cómo llegar a ese momento al cual definitivamente se llegará. Y entonces, si estamos hablando de un suceso inevitable, desear que llegado el día, éste sea bueno, y conocer así la diferencia entre morir estando mal, o morir estando bien.
Este es mi Plan de vida, junto con el punto 10 que faltaba:



sábado, 6 de octubre de 2012

Una carta para mi mismo.


Era de noche y en el ambiente se respiraba una sensación de que el tiempo se estaba terminando. El disco llegó en el último 14 de febrero, el último disco de McCartney para la última pieza, para un último baile, para el cual siempre habría tiempo.
Hoy que lo recuerdo, hoy que vuelvo a escuchar la canción, también voy a sentarme y escribirme una carta imaginando que me la mandas tu, con palabras de amor que sé que vendrían de ti, donde me cuentas que ya te sientes mucho mejor. Voy a sonreír e imaginar que tu me la envías y que también sonreíste mientras me la escribías.

No fue casualidad la letra ni el ritmo, no era casualidad ese disco para ese 14 de febrero junto con el arreglo de flores a un lado de tu cama. No fue casualidad que tu hijo menor pusiera esa canción mientras te cuidaba por la noche. Y mientras leo la carta que yo mismo escribí imaginando con todas mis fuerzas que eres tú quien me la envía, voy a escuchar de nuevo esta pieza, mientras que en el umbral de la puerta miro como bailas una vez más con mi hermano esta canción.




martes, 4 de septiembre de 2012

martes, 17 de julio de 2012

Las posibilidades de tu ausencia

...entonces abrázame y no me sueltes nunca, ni siquiera cuando me vaya, ni siquiera cuando dejes de verme, mucho menos si ya no me vuelves a encontrar. Odio esas ausencias que son evitables, contra las que nadie pelea, esas que se dan tan fáciles y que muchos terminan por rendirles culto...

sábado, 30 de junio de 2012

Un minuto de amor...

Cierren los ojos, concéntrense, por un minuto traten de recordar algún momento de su vida donde hayan recibido mucho amor...

Recuerdo que estaba enojado con ella, no recuerdo porqué pero si recuerdo que jamás me había enojado tanto. En todo el día no le dirigí la palabra, ignorarla se había vuelto difícil porque nunca en mi vida había ignorado a alguien con tantas ganas como en ese momento. Me hablaba y no hacía caso, hacia otras cosas o me iba, trataba de no estar ahí.
Todo el día fue así hasta que llegó la noche, en ese momento ya no podría evadirla más. Me acosté sin muchas ganas de dormir, ella se acercó hasta mí y me dijo buenas noches, al principio no contesté pero ella estaba ahí a mi lado esperando que yo dijera algo, entonces voltee y la mire, su rostro era sereno, fue cuando no pude más, la abracé y ella me abrazó, lloramos juntos y cuando pudo hablar me pregunto ¿ya te vas a portar bien?... Si mamá...
Tenía 5 años.

Se había terminado el minuto, cuando abrí los ojos las lágrimas que hasta hace un momento no estaban caían al piso. Fue un minuto de amor que se transformó en toda una vida.



Feliz cumpleaños a mi...


miércoles, 20 de junio de 2012

Cuando te sueltas 7/7


VII


Coincidió de manera muy especial, cuando mis conocimientos en medicina se hicieron mayores, cuando su soledad y la mía también se incrementaron. Tuve largas platicas con maestros especializados en oftalmología, les explicaba el cuadro clínico y todo se resumía a convencer a Pedro a someterse a exámenes clínicos y análisis. Él nunca aceptó, siempre evitó tocar el tema de cómo se había quedado ciego, sólo decía que había sido en un accidente, que gustaba de leer en los camiones mientras hacia sus recorridos y que tras el choque de uno de éstos había tenido un desprendimiento de retina entre otros fuertes golpes en la cabeza. De eso habían pasado ya veinticinco años. Pedro no recordaba muy bien ese momento en su vida, pero lo que sí recordaba y que me compartió en esa ocasión, fue lo que esa tarde de junio iba leyendo en un libro de Borges, y que esas letras seguían repitiéndose en su memoria desde el momento del choque; entonces se recargó, inclinó su cabeza y como si estuviera leyéndolo lo repitió: “...a cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. A veces me duermo realmente, a veces he cambiado el color del día cuando he abierto los ojos...” Después de leer eso vino el accidente y Pedro nunca más volvió a ver.

Y sucedió también que una mañana de abril Pedro despertó y decidió regresar por fin a su pueblo natal en la costa, se comenzaba a acostumbrar tanto a mi presencia y a la de Hemingway que decidió irse. Me dijo que podía tomar lo que quisiera, que no deseaba cargar con muchas cosas, también me pedía como favor especial hacerme cargo de Hemingway, yo sólo pedí algo a cambio, que se hiciera esos análisis clínicos. Pedro lo pensó toda una noche y al final aceptó. La mañana de un lunes (que eran los días favoritos de Pedro, él decía que toda la vida se podía empezar desde un lunes) ayudé a subir todo al camión de mudanzas que resultó ser muy grande para lo poco que Pedro había decidido llevarse. Esa misma mañana se había sometido a todos los exámenes que darían un mejor diagnostico sobre su ceguera. Cuando ya estaba todo casi listo un pesado librero sacó de balance a los cargadores y cayó sobre Pedro, entre la confusión los trabajadores le reclamaron preguntándole que si no veía por donde caminaba, que si estaba ciego, a lo que yo les respondí que sí mientras corría a ayudarlo.

Cuando era niño Pedro jugaba al cieguito, perdón, al ciego, pero cuando la oscuridad lo asustaba abría los ojos y el juego terminaba. Hoy ese juego era eterno, pero sigue siendo un juego. Cada vez que vuelvo a dirigir mis palabras a él siento una familiaridad que ya conocía, y a la vez también me invade un sentimiento de desconocimiento he incertidumbre, que también ya conocía. Y es que en la constante del tiempo hay veces que me detengo a hacer esto de acordarme de él, supongo que de vez en cuando se me hace necesario, el hábito de voltearme y mirar sobre mi hombro es algo que tengo que disfrutar antes de que lo pierda. Fue curioso que le haya pasado ese accidente justamente en ese momento, no antes ni después, sino precisamente en ese momento. No tenía ni una semana que había decidido cambiarse de ciudad, que había tomado todas sus cosas y estaba a punto de irse, seleccionando los objetos y los recuerdos que se llevaría con él, dejando otros tantos en el olvido. De haber estado en su lugar yo hubiera cargado con todo, no hubiera dejado nada. Y es que todo tiene tanto, todas las cosas me despiertan un recuerdo, y a veces, cuando no me acuerdo del recuerdo que algún objeto debería despertarme me lo invento, y tan bien lo hago que al paso del tiempo me lo creo. Pero él no, desechaba objetos que yo nunca imaginaría en otro lugar mas que a su lado. Todo lo dejaba ir tan fácil, cuando más se tardaba dos segundos para analizar, para tocar, después pensaba y se deshacía de todo. Lo envidié mucho, quien fuera como Pedro, dejando todo atrás, sin buscarle recuerdo a lo que probablemente no lo tenía. Con qué facilidad se soltaba.
No lo pude evitar, algunas cosas que dejó yo las tomé, ahora las tengo guardadas, aunque trato de que no sean muchas. Cada vez que las veo me recuerdan que tan fácil puede ser soltarse de todo, también me recuerdan que no tiene ni una semana que Pedro se quería ir, y que ahora está en una cama de hospital, tan diferente a la suya, sin poder moverse, esperando que la lesión en su espalda no sea tan grave. Yo ya quiero verlo después recordando todo esto y dejándolo ir, para que siga con su vida desde donde tenía pensado hacerlo, sin más cargas que las necesarias, con el mínimo peso para que no se lastime la espalda.

Tus muebles están en el mismo lugar y Hemingway sigue levantando sólo la cabeza para vigilar los movimientos que Schubert crea a su alrededor, afuera sigue lloviendo como a ti siempre te ha gustado. Yo no voy a decir nada, cuando revisé los  resultados de tus análisis supe que no había motivo médico para tu ceguera, que tu falta de visión es tan explicable como aquel que sólo cerró los ojos y decidió nunca más volverlos a abrir. Así como hay quien decide no hablar o no caminar, tú decidiste ya no ver más, dicen que uno ve lo que quiere ver, y supongo que tú ya habías visto demasiado. 


Ahora sí, ya puedes tener esa sensación, tu hermosa sensación de que estas regresando de algún lado, volando; pues volar como tú lo haces, al ras del suelo, también es volar.


FIN


Invierno 2003

lunes, 18 de junio de 2012

Cuando te sueltas 6/7

VI

Pero lo mejor de todo era cuando Pedro se quedaba dormido, ahí ya no existían limites ni diferencias con las demás personas, quizá dormidos todos somos iguales. Ahora todas las formas, colores y figuras estaban en sus sueños, ahí dejaba de ser ciego, ahí ya no había oscuridad, todo lo recordaba exactamente como era, y cuando no recordaba algún detalle, lo inventaba; su imaginación coloreaba lo que ya había escapado a su recuerdo. Con el tiempo muchas veces llegó a cambiarlo todo en su memoria, cuando ya no recordaba nada, cuando quería que las cosas fueran diferentes. Así pues pintaba el mar de morado, el cielo se volvía verde, todo en su mundo era diferente y me imagino que hermoso, pero repito, lastima que se le hiciera tan difícil explicarlo. Creo que lo mejor de la ceguera para Pedro, era que se veía a si mismo como él quería.

Pedro me incitó tantas veces a escribir pero nunca me gustó, se me hace innecesario cuando es posible mejor hablar, aparte que siempre he tenido problemas de redacción. Siempre contengo las letras seleccionándolas y deteniéndolas, unas las consigo resguardar, otras se me escapan y no es mi voluntad que así sea, pero sí mis ganas de que sean leídas. Rondo las ideas y espero que salgan las necesarias, las que vallan realmente al centro y también las que de alguna manera ronden en pos de lo mismo, es decir, ser lo más difícilmente directo, aunque no siempre resulte lo que espero, es por eso que mejor no escribo.
En estos últimos días Pedro ha estado más solo que otras veces. Una noche terminamos con una botella de tequila y le pregunté, mientras se encendía un cigarro, que cuanto hacía que no se enamoraba, él se disculpó, pero yo le dije que no tenía porqué, que sólo quería saber desde cuando no se enamoraba, el riéndose me dijo que no fuera pendejo, que no se estaba disculpando, que el perdón que había dicho era porque no había escuchado bien la pregunta. Yo estoy seguro que me escuchó perfectamente, si estaba ciego, no sordo, pero prefirió no contestar, era fácil adivinar que ya hacía mucho tiempo de eso, desde antes que dejara de ver. 

La horrible mujer que lo llegaba a visitar de vez en cuando había dejado de ir, las cartas de Clara también dejaron de llegar, supuse que ella ya habría muerto con la idea de que su hermana vivía feliz cerca de alguna playa del pacifico, ambos nos sentamos tranquilos de pensar eso. Pero lo peor de la soledad de Pedro, y yo creo que de cualquier soledad,  es cuando ésta se daba incompleta, es decir, cuando se tambaleaba entre el estar completamente solo y el estar completamente acompañado. Él no estaba solo pero tampoco se estaba con alguien, y así es como él se mentía y no se podía doler como hubiese querido; no se podía estacionar en ningún sentimiento, se quedaba entre el llanto y la risa, entre el sentir todo y no sentir nada. Esa es la peor de las soledades, la que es espejismo y simple alucine, la que es y no es. Estoy seguro que Pedro coincidía con Sabines cuando hablaba de que ya no quería estar mirándose (o en su caso sintiéndose) los brazos, ya no quería estar todas las noches vigilando cuando se iba a dormir, lo que quería era que pasara algo, morirse de veras o que de veras estuviera fastidiado... Esas medias tintas lo hartaban más que lastimarlo. El dolor es, por lo menos, certeza de algo que es, que va a ser o que nunca será, el estar harto no es mas que más de lo mismo, más de la nada.

Sé que Pedro lo supo, sabía todo lo que pasaba en su casa al rededor de él, muchas noches entre la oscuridad tomaba una pluma que siempre estaba en el mismo sitio esperándolo, y escribía (en esas noches agradecía la ausencia de la maquina de escribir) escribía en hojas que para él eran negras, sin la posibilidad siquiera de poder leer después lo que ahí plasmaba, todo era interpretación y deducción. En noches como esa tenía que adivinar donde acababa he inicia la hoja, de la misma manera como adivinaba cuando acababa y termina la noche, el día, el atardecer. Su soledad inestable, su compañía igual, tambaleante, intermitente, ambas redundantes, no podía ser ya de otra manera aunque él así lo quisiera, sólo le quedaba vivirla y respirarla, ¿pero que es la vida sino eso? Respiraciones y roces con todas las cosas.



Capítulos anteriores:

martes, 12 de junio de 2012

Cuando te sueltas 5/7


V

Pedro nunca me lo dijo, pero sabía que le hubiese gustado haber tenido algún recuerdo de su niñez, alguna imagen en su mente cuando por primera vez vio a su madre, cuando ella lo vio por primera vez a él. Algo así como una fotografía, en la que no se muestra el antes ni el después, se muestra sólo el momento, y entonces nos da la posibilidad de fantasear con el cómo se dieron las cosas, pero nada más. Ahora los recuerdos de Pedro eran así, imágenes aisladas y sin mucho sentido, a menos que se detuviera a analizarlas nuevamente, a revalorarlas y a robarles un poco de todo lo que representaron en su momento. 
Al paso de los años, las imágenes en su cabeza comenzaban a revolverse y sobreponerse unas con otras, como un bonche de fotografías que se caen y se revuelven y entonces deja de importar el orden de como estaban; ya no le quedaba más que eso, imágenes y recuerdos, recuerdos e imágenes, todas revueltas, desfasadas, todo lo que pudo capturar con la vista ya lo había hecho tiempo atrás, ahora sólo le quedaba percibir otras tantas cosas que antes no le habían preocupado, ahora las imágenes que no alcanzó a ver ya no las vería. Sin embargo la creación de las mismas se convertía en su incentivo, en su forma de vida y en su única manera de percibir lo que ya no había alcanzado a ver. Lo que tenía en sus recuerdos era lo único y sería sólo suyo y hecho por él, lastima que le fuera tan difícil explicarlo.

En una de las tantas madrugadas en las que Pedro hacia su vida epistolar tocó a mi puerta, me pidió que por favor lo acompañara a la azotea, él podría ir sólo, pero las alturas era algo que aún no podía dominar, y más cuando todo se llenaba de tendederos con ropa y tinacos que para él serían trampas mortales. Primero no se veía nada, todo era oscuro y silencioso, el cielo de las cuatro y cuarto de la madrugada no era diferente a otros cielos de otras noches, de otras madrugadas, de pronto algo pasó rápido, después otra luz surcó el cielo deprisa, una tercera se pudo apreciar mejor, después fueron más, todas al mismo tiempo, a lo lejos las estrellas caían y caían desde lo más alto, perforando el cielo y el frió constante. Octubre y noviembre traían todo eso, cielos despejados, noches claras y frías, atardeceres amarillos y melancólicos, hasta esa lluvia de estrellas que no se volvería a repetir hasta dentro de muchos años. Pedro se abrazaba a sí mismo mientras levantaba la cabeza y trataba de adivinar donde se originaría el siguiente trayecto de alguna estrella, momento que duraba muy poco. Cuando los pájaros comenzaron con sus trinos en los arboles nos fuimos a dormir. Yo pensaba que me había llevado para que le describiera lo que yo veía, pero él desde el principio me pidió que observáramos en silencio.

Y es que a veces no era necesario describirle nada, cuando viajaba no necesitaba ver afuera para saber por donde pasaba. Recuerdo que un anochecer de verano viajábamos por la carretera, yo manejaba mientras él a mi lado dormía, después de varias horas de viaje se despertó y solamente bajó un poco la ventana del automóvil para respirar el aire frió, supo que era de noche y que a la orilla de la carretera había altos árboles, comenzó a imaginar que quizás una luna llena iluminaba tenuemente la oscuridad del cielo y del camino, y aunque Pedro no veía nada, seguía con la costumbre de cerrar los ojos con fuerza para imaginar lo que podría haber afuera. Me imagino que era ahí cuando desaparecía un poco de oscuridad en su vida.


Capítulos anteriores: 

lunes, 4 de junio de 2012

Cuando te sueltas 4/7


IV

En el tiempo en que Pedro aún podía ver también era así, tan normal, durmiendo por las noches cuando todos lo hacían, pero hubo una época en la que le gustaba mantenerse despierto toda la noche, por lo menos hasta que el horizonte comenzaba a clarear, entonces llegaba a su cama y se dormía con los trinos de los pájaros. Ahora eso no había cambiado mucho, sentía el frío y escuchaba a los mismos pájaros aglomerarse en los árboles, así era como continuaba quedándose dormido. Mantenerse despierto cuando la mayoría de la gente duerme es como caminar entre los muertos, se hace despacio y casi de puntitas para no despertarlos. Y es que después de toda una jornada (para Pedro no había días), el silencio que acompañaba a su cabeza al hacer contacto con la almohada le traía consigo recuerdos peligrosos, había que caminar entre ellos con mucho cuidado para no tener que tropezar con alguno en especial, con uno con el que no se pudiera lidiar esa noche en particular, es como caminar en un campo minado, a veces así también es como yo duermo, como yo camino.

Los lunes el correo llegaba puntual, una de mis funciones era abrirlo y leerlo sin hacer preguntas, y era difícil no preguntar sobre Clara, quien escribía a esa dirección pensando que ahí aún vivía otra persona. Cuando Pedro lo consideró oportuno me explicó, raro en él que nunca explicaba nada. Ese departamento en el que vivíamos había sido prácticamente un hotel de paso para mucha gente, hasta ahí aún llegaban cartas de personas que nunca notificaron su cambio. Una de esas cartas era la de Clara, quien se escribía con su hermana mayor y que no sabía que ésta estaba en la cárcel. Alguna vez Pedro intentó escribir la verdad, pero como en su trabajo de redactor de vidas ajenas escuchaba tantas historias, comenzó a inventarle una, sin pensarlo mucho y sin autorización de ningún tipo, sólo que con la buena intención de enviar falsas esperanzas a una anciana de provincia. Y así fue como cada mes creaba una vida para ambas, para que pudiera mantener una ilusión sin volver a saber nunca más una de la otra. Fue ahí cuando esa anciana se convirtió en tía, cuando se hizo confidente, cuando se hicieron mejores hermanas. Gracias a esas historias que Pedro escribía la viejita supo que Clara ya no regresaría, pero aún así, en el ir y venir que tuvieron esas misivas no hubo cabida para más tristezas.

Esas cartas eran la compañía y parte de la razón de escribir de Pedro. Yo se las leía y él después se metía a su recamara a darle a la ruidosa maquina de escribir. Cuando Pedro no tenía qué contar a Clara, y cuando las historias que escuchaba de otras personas en su trabajo no le eran suficientes, volvía a tomar su bastón y su sombrero y recorría la avenida principal varias veces, se concentraba en tratar de escuchar pequeños fragmentos de conversaciones ajenas, ahí se podía escuchar de todo, sólo con una parte de pequeñas platicas que oía armaba toda una historia, que como dije, lo mantenían sobre la maquina de escribir toda la noche.

Una día en que el olor a dulce en la calle era mayor, Pedro me pidió que esa noche buscara otro lugar donde dormir, y aunque no era la primera vez que me lo pedía siempre me pareció muy extraño, pero una de las cosas que había aprendido era a no hacer preguntas, de todos modos siempre me imaginaba de que se trataba. A la mañana siguiente llegué temprano y la puerta seguía cerrada, antes de poder sacar mis llaves salió de ahí una mujer, me sorprendí tanto, no sé si era por el hecho de ver a una mujer en ese lugar y a esa hora, o por lo poco atractiva y desaliñado de su persona. Entré y Pedro estaba sentado en su sillón, mirando a la ventana, digo, como si estuviera mirando por la ventana, con las manos, el bastón y Hemingway donde siempre. Por primera vez desde que yo había estado ahí había movido un mueble, su respiración era pausada y su semblante tranquilo, me invitó a sentarme y me habló sobre una de las mejores noches de pasión en su vida. Nunca sabrás lo que es hacer el amor de verdad hasta que no estés ciego, me decía mientras recargaba su bastón en sus piernas. Imaginé cómo sus dedos habrían leído el cuerpo de esa mujer como si hubiera sido una lectura en Braille, de cómo su piel le había hablado de ella, más que sus imágenes o sus expresiones, de cómo al respirarla le habría robado la esencia, de cómo no eran necesarias las palabras, los ojos. Y fue tal la pasión y lucidez de su relato que me pareció inapropiado hablarle del esperpento de mujer con la que me había topado al entrar, definitivamente no estaríamos hablando de la misma persona. Y yo que siempre he sido tan visual, tan “primero hay que ver”. Lo escuché de tal manera que sus palabras me hablaban de formas diferentes de ver y hacer el mundo, en ese momento y sin previo aviso llegué a casa de mi novia, a media noche y con los ojos vendados traté de experimentar lo más cercano a hacer el amor sin más apreciación que la que da el ser sin una pizca de luz en los ojos.





miércoles, 30 de mayo de 2012

Cuando te sueltas 3/7

III





Pedro no era tan viejo como parecía, sólo que su lento desplazamiento y la barba lo envejecían, de uno de sus antiguos trabajos había rescatado la habilidad para escribir a maquina, ahora se dedicaba a redactar cartas para las personas que no sabían escribir, usando otra ruidosa maquina que le prestaban en los portales del parque frente a la presidencia municipal. Era lo que algunos llamaban evangelista, pero él no le daba importancia al nombre, desde que su vista lo había dejado más solo de lo que ya estaba, poco le importaba el nombre que las demás personas le daban a las cosas.
Por la noches, lo miraba llegar a la casa, entre tantas cosas que me asombraban era el que la casera no le hubiera cambiado las chapas de la puerta por deber tantas rentas atrasadas, a alguien tendría que agradecer la tolerancia que le regalaba tan pesada vieja. Lo otro que también me dejaba pensando era el que Hemingway lo siguiera prefiriendo, aún con lo mal que le daba de comer, estoy seguro que eso Pedro siempre se lo agradeció en silencio, y sé también que Hemingway lo entendía.
Pocas veces pude ver la habitación de Pedro cuando él estaba adentro, tan pronto se metía cerraba, entonces yo intentaba imaginar lo que ahí pasaba, lo que sentía, el cerrar detrás de él la puerta y tirarse en su cama, entonces comenzar a caer sin saber que se cae, sentir sin saber qué es exactamente lo que se está sintiendo. Pero para ése momento él  ya no era él, él ya no estaba ahí, tan sólo era su holograma, una imagen que ya no pertenecía a la suya, cansado, desganado, devastado al igual que su  pobre cama. Ahí estaba, solo, y tan sólo esperando que algo también se cayera, que algo le llegara de algún lado y de cualquier parte, expectante y sereno, respirando y fijando imágenes en su mente, procesando todo cuanto cabía en sus abiertos ojos vacíos, en su aliento. Estoy seguro que los recuerdos le eran tantos y tan continuos, que no había ningún tipo de separación o espacio entre ellos, ahora todos se amontonaban, se aglomeraban y confundían. Y en medio de la pared sólo una ventana entreabierta daba fe de una vida que pasaba afuera, ajena, lejos de él, esa era la única vía que la luz de la luna hacía válida para hacerse tangible, quizá lo único tangible y real en esa habitación. Si cada pensamiento que Pedro tuviese en ese momento hubiera sido de color negro, su cuarto y toda la casa no serían más que penumbras, en donde sólo él sabría cómo y por donde moverse, tal como todo el tiempo pasaba en su vida. En medio de una oscuridad como esa, el semblante de Pedro era sereno, parecía decir que en ese momento podía morir, que no tendría problema en que eso pasara, en ese momento nada lo ataba a este mundo. Pero por algún motivo aún no era así. Finalmente, cuando el viento golpeaba más fuerte y apagaba su vela, Pedro se quedaba dormido. 
Por las mañanas al salir de mi recamara me lo encontraba sentado en su sofá, de las misma manera en cómo la luz del sol se lo encontraba a diario al entrar por la ventana, con una mano descansando en el sillón y la otra acariciando a Hemingway. Al escucharme nunca me daba los buenos días, me ataba a una conversación que parecía habíamos dejado inconclusa la noche anterior, sin que yo entendiera exactamente a qué se refería, entonces no me quedaba más que escucharlo. Me decía que no había noche ni día, por lo menos no para él, que sólo existía la gente dormida y los despiertos con ganas de dormir, eso era la diferencia en todo. Cuando Pedro tenía sueño dormía, no importaba mucho qué hora del día fuese. La otra diferencia era que en las madrugadas despertaba y hacía su vida como si todo fuera normal, pero ya sin alguien, todos dormían, estaba solo. Yo siempre pensé que no existía diferencia en eso, que Pedro caía en el sueño en el momento siguiente al de un pensamiento lucido y despierto, mientras que para los demás se cierran los ojos y se comienza a dormir, para Pedro no había tal diferencia, yo creía que él entraba y salía de los sueños en medio de un camino de oscuridad que nunca dejaba de recorrer, y quizás era así, pero no siempre, la gran diferencia era que cuando Pedro dormía era cuando la luz llegaba a sus ojos.



Capítulos anteriores: 
Cuando te sueltas 1/7 http://leerparacreer2010.blogspot.mx/2012/03/cuando-te-sueltas-17.html

martes, 22 de mayo de 2012

Vayamos por nuestros huevos!

El café donde acostumbro relajarme no escapa al tema político, y me gusta que así sea. De hecho creo que ningún lugar está ya exento de este tema, una vieja guardia contra una nueva.
Recuerdo cuando en a principios de la década del 2000 hubo una manifestación a favor de la Paz a causa de la invasión norteamericana a Irak. Se respiraba un ambiente de cambio estudiantil que se identificaba y comprometía con su realidad social. Y aunque todo terminó con globos de pintura agrediendo a McDonals, KFC e Italian Coffee (que no creo que sea monopolio norteamericano) dejó un precedente en la manera de reaccionar de los jóvenes. 
Después vino el 2005 y conocí a Chani, una alumna francesa de intercambio que narraba con un fluido pero raro español, la manera en como el aspirante a la presidencia, Nicolas Sarkozy, no era querido por los jóvenes y estudiantes universitarios de aquel entonces, que solamente lo apoyaban el viejo régimen y hoy, una vuelta electoral después, es remplazado por un partido de izquierda. La escuchaba hablar y pensaba, ojalá aquí estuviéramos tan metidos como ellos en sus procesos electorales, yo no lo estaba. 
Ha pasado una década desde que fui convocado a una marcha y asistí, como dicen, no por mis tortas sino por mis huevos. Ahora el escenario es el mismo, pero los actores son otros, grandes cambios en el mundo, las marchas de estudiantes, sociedades que se levantan, muros que caen; y a esto se suma mi última reflexión: Un amigo dentro de un estado "alterado de su conciencia" me dijo que en efecto, en 2012 habrá grandes sucesos y que habrá cosas que lleguen a su fin, no es un fin del mundo, sino un fin de sistemas y de regímenes, un colapso de instituciones y un nuevo emerger de conciencia colectiva, dicho esto se quedó callado. 
Ahora lo entiendo, algo ya esta cambiando, y dentro de ese cambio lo mismo de siempre, lo maquillado para parecer nuevo y los viejos discursos tendrán menos cabida cada vez, a menos, claro, que esa nueva conciencia se apague dentro de la apatía, el miedo, y peor aún, por las zonas de confort y por creerle al encantador de serpientes que representa el viejo régimen.
Ahora si, me siento en un ambiente a la altura de los cambios mundiales, y sé, bien que lo sé, que lo más difícil estará siempre por venir y que ésto no es de sólo iniciarlo sino de mantenerlo.

jueves, 5 de abril de 2012

El Oso Crayolas

Antes del primer vuelo, del primer viaje, del primer todo, llegó él, de manos de mi sobrino que me lo daba para que no olvidara que había quien me esperaba, quien me cuidaba y quien me quería de regreso.
Lo de Crayolas fue gracias a mi hermano de viajes Chacho, y a los vestigios desintoxicantes crayoleros sobre la porcelana italiana, en su honor vaya desde aquí este tardío pero siempre emotivo homenaje.
Inspirado en el Gnomo del papá de Amelí, Crayolas conoció al mismo tiempo que yo todo lo que ante nuestros ojos de botón negros se apareció majestuoso. Durmió donde yo dormí, viajó como yo viajé y posó donde yo posé.
Hasta que llegó el día en que quiso viajar solo, Crayolas eligió Los Ángeles para seguir su propio camino y yo no tuve más que hacer que dejarlo ir, que es lo que se hace con todo lo que en realidad de ama, soltarlo y desearle que llegado el momento él haga lo mismo, para después, si así tuviera que ser, volvernos a encontrar .


Después regresó mi sobrino, habían pasado 8 años desde esa última vez, con otro oso, “Este se llama Guaripolo y ahora le toca viajar a él”… y entonces todo vuelve a comenzar. 

*Guaripolo:



martes, 27 de marzo de 2012

Cuando te sueltas 2/7


II

Es así como ya llevo viviendo en esa casa todo este tiempo, a unos cuantos días de graduarme he irme a hacer mi internado lejos de aquí. En el transcurso de los años que he vivido con Pedro le he leído tantas cartas y libros que ya perdí la cuenta. Y es que es difícil mantenerse al día, casi siempre llega con uno diferente para almacenarlo en su librero que desde hace mucho dejó de tener cupo. Nunca podré olvidar su cara mientras le leía, cómo apretaba sus ojos imaginando, visualizando y sintiendo cada una de mis palabras, descansando una mano en el brazo del sillón y con la otra acariciando la cabeza de su perro, adivinando él mismo mi sentir en cada una de las frases que iba citando y lo que éstas iban moviendo en mí. Él sabía las expresiones que mi cara hacía, supongo que las deducía por el tono que yo mismo le daba a las palabras. 
Entonces se esperaba hasta el último momento, hasta el último punto impreso, después daba una fuerte respiración y se levantaba de su sillón. Otra regla que aprendí en ese tiempo de vivir con él, era que no podía mover nada de su sitio, todo estaba medido para su mejor desplazamiento, él sabía donde estaba todo. En su recamara había una cama sencilla, un buró con flores que le mandaba la vecina del siete y que llenaba con su aroma toda la habitación, por último una mesa donde una maquina de escribir vieja llenaba el silencio de la noche, ese impenetrable silencio de la noche. Siempre llamó mi atención una vela que usaba y que se encontraba al lado de sus papeles y de su maquina de escribir, cuando le pregunté que para qué la usaba me dijo que era para sentir el calor en la cara mientras escribía en la ruidosa maquina, esa misma que muchas veces no me dejó dormir y que hizo la función de incesante gotera, penetrando en la oscuridad de ambos, cuando en ambos no había más luz que la de nuestros sueños, cuando él soñaba despierto y yo... yo simplemente soñaba. Pero estaba recordando que después de esa lectura diaria Pedro se levantaba de su sillón, tomaba su sombrero y salía, varias veces intenté ayudarlo y acompañarlo, pero él nunca me dejó, decía que no quería malacostumbrarse a la compañía de alguien, y sólo quien vive con un cieguito lo entiende, y de hecho sólo había una cosa que le molestaba, el que lo llamaran así, cieguito, decía que ese diminutivo no lo haría ver más ni lo haría ser menos ciego.

El perro se llamaba Hemingway, alguna vez había hecho el trabajo de perro guía, pero después del accidente en donde se había lesionado la pata trasera, se había convertido en un compañero más de cuarto y de vida para Pedro, después de eso decidió ya no tener otro. Fueron muchas las veces que miré a Pedro irse y regresar después de la lectura diaria, y aunque no lo veía en su trayecto sabía cómo era éste. Me imaginaba que cuando la puerta se cerraba detrás de él bajaba las escaleras cautelosamente, ya en la calle daba un respiro y se ponía sus sombrero, en esas tardes caminaba con el sol y el viento en contra, golpeándole la cara. Nadie en la calle lo conocía, nadie sabía nada de él, ni su nombre ni si prefería la compañía de los hombres o de las mujeres, o si su Dios era el que prometía un paraíso o el que lo hacía sentir culpable. Mientras caminaba su bastón era una extensión más de su mano derecha, tanteando el camino en busca del menor obstáculo. Pedro sabía que la gente lo miraba, él sabía que nadie le sonreía, pero por estos días eso es señal de que todo estaba bien, algunos desviaban su mirada a lo largo de su pelo entrecano, y ya pasando desapercibido por los demás él se sentía aceptado. Mientras seguía caminando (y por la manera en cómo se desplazaba, hacía suponer que conocía de memoria el adoquín de la calle) respiraba profundamente el dulce que comenzaba a llenar el aire proveniente de un puesto de garapiñados en la esquina, me imagino que ahí era cuando sonreía y respiraba más profundamente, a la vez que ese sol que golpeaba y entibiaba su cara era incapaz de deslumbrarlo. Siempre se me ha hecho curiosa la forma y los objetos en donde las personas depositan su fe. Pedro iba racionando su fe a lo largo de su camino, en su bastón, alguna vez en Hemingway, en la gente que le daba su cambio en billetes, en quien lo ayudaba a cruzar la calle y se ganaba el cielo con su buena acción del día, él tenía la confianza plena y muy ciega en todos quienes lo rodeaban. Eso también era clásico en él, servirse de su ceguera para hacer bromas y divertirse con su situación. Alguna vez me contó que gracias a eso le estaba permitido cometer cientos de errores, cuando sabía que había hecho algo malo sólo decía que lo disculparan, que nunca veía lo que hacía.


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Cuando te sueltas 1/7 http://leerparacreer2010.blogspot.mx/2012/03/cuando-te-sueltas-17.html