El Blog de Marco Polo Pérez Xochipa

lunes, 21 de septiembre de 2015

Ojalá tenga un paraguas...

Cuando la vio por última vez llovía, él sabía que como decía una canción de Lennon "La lluvia es sólo un estado de ánimo"  sin embargo esta lluvia era diferente; caía de golpe, haciéndose presente en todos los sentidos, como si hubiera estado reprimida hace mucho y de pronto se soltara intempestiva. En otro momento mojarse juntos hubiera sido la opción, buscar resguardo o mirar la lluvia tomando un café, pero en esta ocasión cada quién tendría que vivir la lluvia por separado.
Manejar con cuidado se hacía necesario, extremar precauciones y en los semáforos en rojos revisar el celular en espera de algún mensaje que sabía no llegaría; aún creía en la esperanza de que la lluvia los volviera a unir, por lo menos en la distancia, ese era un milagro siempre esperable.
El cielo cada vez se cerraba más, todo parecía indicar una tormenta, y en ese momento se comenzó a preocupar, ¿traería algo para no mojarse? ojalá también se anduviera con cuidado, quizá un mensaje de cuídate o no te vayas a mojar hubiera hecho la diferencia, hubiera sido el pretexto perfecto para iniciar el milagro del contacto que tanto deseaba para él; pero no. Muchas lluvias atrás ya lo había hecho, ya había provisto de sombrillas, de mensajes, de buenos deseos, del llámame cuando llegues a casa, del si quieres nos vamos siguiendo para que llegues bien. No, no había algo nuevo que antes no hubiera ya hecho por ella, en las lluvias, en las noches fuera de su casa, en los viajes, en las contingencias, en los imprevistos, nada, todo había sido ya cubierto en su momento, en tiempo y en forma. Éste era el momento de dejarla vivir su tormenta, su propia lluvia que la hiciera fuerte. Porque al dejarla ir le estaba permitiendo llegar a su lugar. Ese sería su regalo, su último regalo.
Otro semáforo en rojo, otro vistazo al celular, desde el estéreo sonaba "Nacimos para correr" de Andrés Calamaro y todo parecía comenzar a tener sentido. Tomó el teléfono y se quedó a un botón de distancia, nunca estaría de más un cuídate por favor, pero no lo hizo, nada podría decir que antes no se hubiera dicho ya; sólo miró a través del parabrisas mojado y pensó: Ojalá tenga un paraguas.


lunes, 8 de diciembre de 2014

Lennon: intelectualismo musical peligroso.

Cuando era niño usaba una toalla amarrada en el cuello queriendo volar como Superman, pero cuando entré a la secundaria todo cambió y sustituí la capa por unos lentes redondos, lo más parecidos a los que usaba John Lennon: los súper héroes comenzaban a cambiar. Ahí empezó esa parte de mi vida donde hablar del "Amor y paz" (que no entendía) se volvió un estilo de vida. Love is real, real is love... Lennon significó el primer gran intelectualismo peligroso para un país como EU que tenía controlado a sus artistas, y para un puberto como yo  ese fue el primer gran Rockstar con conciencia política. John fue el Beatle intelectual, el escritor, pintor, héroe de la clase trabajadora, revolucionario, el poeta hacedor de cosmovitrales, creador de un lugar como Newtopía, país ficticio donde el himno era "Imagine", donde no había posesiones ni religión ni cielo o infierno.

Sólo alguien como él podría decir que los Beatles eran más famosos que Jesucristo y mucha gente lo repudió, pero una generación lo amó; fue el primero en decir que la guerra había terminado (si tú querías) poniendo el énfasis por fin en eso último, en el "tú", en el  querer, en el imaginar.
Fueron largos los encierros en el auto de mi padre escuchando Watching the weels, o justificando mis celos con Jealous Guy o emocionandome cuando los acordes de Starting over me salieron por primera vez en la guitarra. Fue por él que intenté tocar el piano y hablar de una paz que aún no estaba muy seguro de entender, fue por él que quise ser hippi, dejarme el pelo largo y la barba y ser chistoso e ingeniosamente irónico al mismo tiempo.
Si John viviera hoy ya le hubiera hecho una canción a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, al igual que a las muertas de Juárez, ya hubiera evidenciado la estupidez de Trump. Si John viviera ya se hubiera llevado el Novel de la paz y hasta lo hubiera devuelto como acostumbraba hacer con sus condecoraciones. Ya hubiera intentado detener algunas guerras y tal vez hubiese desatado otras más, seguro hubiera reunido a los Beatles y habría escrito algo que hablara de las desgracias que de alguna manera siguen unificando a todos los países en torno a sus tragedias. 
Después de su muerte hace ya más de 30 años, Yoko tomó sus gafas ensangrentadas y las puso junto a un vaso con agua, en el fondo la vista de New York desde su edificio; una ofrenda budista para el visionario que murió diciendo que todo lo que necesitábamos seguía siendo amor.
Este sigue siendo su sueño número nueve, su eterno y mágico nueve; y después de escucharlo, de leerlo, de traducirlo, de cantarlo y de sufrirlo, terminas viendo que esto en realidad sigue sin estar aquí, así que habrá que seguirlo imaginando como él quería.
John Lennon doesn´t live here any more, él es el primer mártir del Rock... Lennon lo tiene todo.

martes, 2 de septiembre de 2014

Los meses del silencio...

Regresar a ella era como regresar con una vieja amante de la que te separaste después de una noche juntos, y que al darle la espalda mientras buscas tus pantalones te dice: "yo sé que vas a regresar..."
Ahí estaba ella, esperándolo frente a una taza de café, con una belleza sobria, nada de excentricidades pero hermosa y seductora como siempre, con ese tipo belleza que da el encanto de lo simple, de lo sencillo, de la ausencia de dudas. Y es que no podría ser de otra manera, era el amor de toda su vida, la misma de siempre, la que curaba las heridas y mitigaba los dolores, la que acompañaba y terminaba el día abrazándola por la cintura.
Éste regreso no estaba planeado y para nada había sido fácil, más bien era un regreso del tipo accidentado y circunstancial, pero a la vez era de esos que se dan de tal manera, que al suceder uno se siente como si en realidad nunca se hubiera ido, como si siempre hubiera estado allí, juntos, empernados, hablándole al oído para despertar.
¿Cuanto tiempo podemos ir por la vida debiéndonos cosas? ¿Sintiéndonos no merecedores de magia? ¿Distrayéndonos de eso que en algún momento le daba sentido a todo?... Él aún no tenía respuesta a esas preguntas pero ella sí, ella tenía respuestas a preguntas que él le hacia justo antes de quedarse dormido, es por eso que ahora la volvía a buscar, necesitaba que ella se asomar por su hombro y mirara lo que él estaba haciendo, sólo para decirle a la vez que acariciaba su mejilla que lo encontraba diferente, que ya había crecido, que ya se cuidaba más, que su madurez había venido a poner más interesante sus encuentros, pero también aconsejándole que la ingenuidad del no saber, era algo que no debería perder del todo. Él le sonríe y la toma de la mano, no quiere que se vaya, no quiere que lo deje ir, quiere que aunque él esté con alguien más ella siga estando a su lado. No soportaría otra porción de tiempo sin ella, la mira y no sabe si ella vaya a aceptar.
Ella se toma su tiempo, siempre lo ha hecho, es celosa, no quisiera compartirlo con nadie más, pero sabe que tampoco tiene muchas opciones, al igual que él, y de la misma forma entiende que no podría pasar mucho tiempo sin que él termine regresando, buscándola, necesitándola, porque se conocen de hace tiempo, de otras vidas, han viajado juntos y conocido lugares que sólo uno con el otro han logrado descifrar.
Ambos saben que esto no será fácil, tendrían que acordar ser amantes, que ella estaría con él de forma clandestina, buscado el momento en soledad, el encuentro furtivo, juntos podrían acompañarse y tocarse mientras el acuerdo sea no volver a mencionarlo, a hablarlo.
Ella acepta, sabe que él la necesita mucho más de lo que cree, y que negarle su presencia se traduciría en un suicido, literal, literario.
Él la besa, es un beso profundo, se despide y ya la extraña, ella correspondiendo al beso le dice que aquí lo estará esperando, frente a otra taza de café, que se tome su tiempo pero que por favor no tarde.
Da punto final, mira sus letras, que sería de él sin su eterna cómplice la escritura.


jueves, 26 de diciembre de 2013

Ellas, Bogart y el síndrome del túnel carpiano...

De todos los recuerdos del mundo, ella tenía que entrar en el mío...

El dolor se hacía presente. En la escala del 1 al 10 sería un 4, si tuviera que asignado un color sería rosado, si tuviera un sonido sería el de la computadora cuando marca error, si tuviera un tamaño sería como el de un melón, ¿pero un personaje? Eso en algo que nunca había pensado.
-¿Duele sí hago esto?...-
-No-

Ni sabía cómo comenzar con este recuerdo que mientras más lo pensaba, más me volvía vulnerable, al mismo tiempo que lo iba conectando con toda mi vida, la cual me daba la impresión de estarse acortando cada vez más.
Salí de la terapia buscando un cigarro, me gustaba la idea de caminar por la calle fumando mientras comenzaba a caer una lluvia ligera y yo, enfundado en una gabardina gris, metía las manos en los bolsillos mientras pensaba "...you must remember this, a kiss is just a kiss..." Pero no había kiss, sólo había dolor, literal, un dolor que se hizo presente cuando mi mano derecha entró al bolsillo del pantalón buscando la cartera. Dolor soportable pero que comenzaba a volverse persistente y molesto.
-¿Duele si hago esto?...- 
-No, casi no.-

Síndrome del túnel carpiano, quiero pensar que aún en etapa inicial y con un diagnóstico favorable con tratamiento de fisioterapia... Quiero pensar. Pero la terapia no había sido física sino psicológica, fue mi terapeuta quien se encargó de conectarlo todo, la triada patológica conformada por el dolor de dicho síndrome, la figura en gabardina de Humphrey Bogart y ella... de nuevo ella, no la misma ella, nunca la misma, pero una ella al final de cuentas.
Ese fue el personaje que le asigné a mi dolor, no tuve que pensarlo mucho, cuando se hizo presente la pregunta, una silueta delgada con traje, gabardina y sombrero, abriendo su cigarrera y tomando un whisky, llegó de inmediato como saliendo de las sombras y diciéndome tranquilo, aquí estoy.
Puede pensar en tantos personajes: músicos, escritores, caricaturas; pero jamás pensé que Rick de Casablanca significar tanto para mi hasta ese momento. Hacía como cinco años que esa película me había llegado en una edición de colección y alguien ya me lo había advertido: te vas a identificar con él. Y bastó con verlo golpear la mesa al momento que se preguntaba porqué de todos los cafés en todo el mundo, ella había entrado al suyo. No podía ser más claro, Rick era el personaje que más se asemeja a mi dolor.
-Duele si hago esto?...- 
-Un poco.-

Ella irrumpió en mi vida al igual que Ilsa en el Café Americano de Rick, y yo igual de parco y en el papel del protagonista, cuando la veía no me emocionaba ni demostraba mis sentimientos, todo eso lo guardo para cuando pudiera estar a solas con ella, momentos escuetos y fugaces, porque el tiempo en estos casos nunca será aliado de nadie. Seguía caminando frotándome la muñeca, recordando la frase del terapeuta: tienes que resignificar el dolor... No podría ser de otra manera, conectar con mi dolor, con ese profundo que me hablaba pero al que no escuchaba, el que me quería hacer ver que si sigo haciendo lo mismo me seguirá doliendo igual. La imagen de Bogart llegó a mí como un protector, como quien toma el rol de quien está dominando la situación, de un arrogante desalmado inexpresivo y sin sentimientos, pero que en el fondo es un romántico empedernido que buscará a toda costa la felicidad de su amada, aún teniendo que verla irse con otro para que sea feliz. Humphrey Bogart cuidaba mi dignidad, me ayudaba a levantar la cabeza, pero en el fondo al igual que a él, todo me lastimaba, al igual que mi mano que me dolía pero que en el exterior aparentaba tener todo bajo control. La correlación existía.
La pregunta se repetía: ¿qué crees que ese dolor te quiera decir?... Me costó verlo en un principio, pero el síndrome del túnel carpiano, Humprhey Bogart y ella, tenían más sentido en mi vida de lo que pensaba. Hacer los mismos movimientos me lastimarían, hacer lo mismo de siempre me causaría dolor.
-¿Duele si hago esto?...-
-Sí, pero si ella lo pudo soportar yo también.-


Quizá el dolor se quede y sea el principio de una bella amistad, quizá el dolor se vaya, y si eso sucede, siempre tendremos París.

martes, 3 de septiembre de 2013

Un cuento corto para una tarde larga.

Ella salía en las tardes, justo antes de que anocheciera, justo cuando el aire era limpio y todos los sueños comenzaban a salir de su lugar de origen.
No tengo mucho que decir, es por eso que me cuesta tanto hablar de la tarde en que la conocí, en que la miré caminar por la orilla de la playa, algunos dirían que perdida en sus pensamientos, absorta en sus recuerdos, creando en su mente complejas historias de amor y fantaseando con mil futuros posibles al mismo tiempo. Mientras caminaba escribía nombres en la arena que el mar iba borrando, cerraba los ojos y levantaba la cara para qué el tenue sol de un atardecer a punto de convertirse en noche, le disipara sus pensamientos más profundos, esos que sólo la brisa que la despeinaba era capaz de interpretar.
Yo la veía ir y venir, siempre por la orilla, como quien se tambalea entre la realidad y la fantasía, a punto de que el mar tocara sus pies, mientras yo, simple espectador de su complejidad, imaginaba todo lo quien su mente podría estar sucediendo en ese momento. Y entonces controlaba el impulso de acercarme y tomarla de la mano, para acompañarla, para perderme a su lado, para tomar de ella un pensamiento y atarlo a un hilo para caminar con él y nunca perderle. 
Algunos dirían que ella sólo salía a caminar, yo la veía y pensaba: me encantaría acompañarla mientras sale a pasear a sus mariposas, al tiempo que su corazón le sigue creciendo.



sábado, 31 de agosto de 2013

Las tres Ellas.

Era como si cada una de las luces que miraba esa noche le quisieran dar un mensaje: "Abre..." Esas luces que existían gracias a una caótica oscuridad que me atraía, que me invitaban a perderme en ellas. No venimos a este mundo a cuidarnos de que nada nos pase, venimos a este mundo a buscar que ese algo nos encuentre... 
La primera en llegar fue Esperanza, ella era la más grande, por lo consiguiente la que más se ausentaba, la que se iba largas temporadas prometiendo siempre volver, guiñándome el ojo, hablando del porvenir, de un futuro lleno de luz, endulzándome el oído, durmiendo abrazada a mí y despertándome sólo para ver que ya no estaba. La más chica era Soledad, mi pequeña Soledad como le llamo cariñosamente. Ella por el contrario nunca se iba, ahí estaba, era quien me acompañaba cuando Esperanza se ausentaba, la que limpiaba las lágrimas, curaba las heridas y me acompañaba convaleciente sentada junto a mí a esperar la llegada de Esperanza. Casi no coincidían, aunque en muchas ocasiones ambas me tomaban de la mano. 
Pero una tarde mientras tomaba café, esperando la llegada de Esperanza y con mi pequeña Soledad mirándome a lo lejos, llegó ella, la tercera, de imprevisto, sin pedir permiso irrumpió y se sentó a mi lado, con la firme intención de comenzar una relación conmigo. Fue así como le abrí las puertas de mi casa y de mi cuerpo, fue así como cada día aprendí a tocarla, y en ese proceso me dejaba aprender de ella. Se volvió la maestra, la cómplice de mis largas horas vacías de silencio. Consuelo, mejor nombre no podría tener, mi Consuelo, quizá enviada por Esperanza a quien seguía sintiendo muy cerca aunque no la veía. Soledad aprovechó para salir a conocer el mundo, prometiendo volver y yo creyendo que lo hará, que regresará quizá ya más grande y con intenciones de nunca irse. Terminando de escribir esto iré hasta dónde está mi Chelo, como le gusta que le llame, la prepararé para ser tocada, poniéndome detrás de ella para admirarla por encima de su hombro, mientras me habla y yo no hago más que hacer que este momento, que este abrazo, así se termine pronto, me dure para siempre.



domingo, 30 de junio de 2013

Un Milagro para Junio

Nota: Siempre pido a mis alumnos una autobiografía y les había quedado de leer la mía, espero quedar a mano.

Podría comenzar citando a Pedro Guerra, diciendo que igual llegó de París siguiendo un cometa porque en su país no había cigüeñas, pero lo más justo sería hacer la mención que de niño nunca le gustó su nombre. Marco Polo.
Tiene todo un concierto en su cabeza, en donde interpreta, toca, actúa, es espectador, acomodador, narrador y telonero, pues siempre ha concebido la vida como una mezcla de todo eso.
Tiene muchos recuerdos especiales, cada uno ligado de alguna manera a una persona, y este recuerdo siempre detona en otro y después en otro, porque al final dice que sucede igual con los abrazos, cuando no tienes oportunidad de abrazar a toda esa gente que quieres basta con que abraces a una sola persona, todos estamos conectados con alguien más, así al final todos estamos abrazados. Es así como explica que en un sólo recuerdo esta contenido todo y todos. Uno de sus favoritos es el recuerdo en donde a través de los barrotes de su cuna tomaba la mano de su padre para poder dormir, o cuando desde un avión contempló un atardecer mientras escuchaba Paradise de Cold Play.
Desde niño era el payaso de la clase, y su mayor deseo era tener súper poderes y poder volar, pero sobre todo mover cosas con la mente, quizá por eso se dedicó a la psicología.
Si pudiera reencarnar en algo le gustaría en un libro de erotismo o en un pájaro de lo más común y corriente para no ser atrapado en una jaula.
Gusta de los placeres comunes como aventar el huevo en el sartén, quitarse los zapatos, acostarse en el pasto o poner sustituto de crema en su café y ver como se queda flotando como si fueran pequeñas porciones de tierra en medio del mar; después le gusta poner encima azúcar y ver como poco a poco todo se empieza a disolver hasta desaparecer, le encanta manejar la creación y el caos en medio del microcosmos que es su taza de café.
Le gustaría como dice Sabina, que ser valiente no saliera tan caro y que ser cobarde no valiera la pena, le gusta el olor a tierra mojada, la sopa caliente en una tarde lluviosa lo conecta con su madre, tiene el mal hábito de esperar a las personas hasta tarde y le encanta mover los dedos haciendo como que toca el nocturno número dos de Chopin en el piano.
De alma blusera, tiene un gusto raro de manipular, cortar y alterar frases, refranes y pensamientos cuando estos no expresan lo que él quiere, como: "Lo que no te mata te hace más fuerte, pero si al final algo te llega a matar, que sea tu muerte la que haga fuerte a alguien más", "Entre los individuos como ente las naciones, cuando el respeto nos deje de ser tan ajeno entonces habrá más paz" y su favorito: "Si amas algo déjalo libre" Hasta ahí.
Es viudo aunque su amor no ha muerto, sólo que ellas se han vuelto mariposas o fantasmas, porque simplemente desaparecen y aparecen  en diferentes formas y entidades ectoplasmáticas, asustándole y tomándolo por sorpresa. Es por eso que considera que cuando se enamora sufre de un estado alterado de la consciencia, que sólo puede ser llamado de una sola manera: se apendeja
Uno de sus momentos más placenteros fue cuando sus fantasmas le dijeron "si" ¿a qué? Imagínense aquí todas las preguntas que quieran.
Tiene un problema con eso de andar contabilizando edades, distancias y tiempos; al igual que con la celebraciones de fechas especiales, específicamente su cumpleaños. Así que a los 25 opta por dejar de cumplir años, ahora se festeja siempre que puede, sólo o acompañado.
Psicólogo, escribir, dar clases, melómano, cinéfilo maníaco-depresivo, sonámbulo, narcoléptico, mitómano y aprendiz de tanatólogo. El sound track de su vida sería el disco Abbey Road de los Beatles, ya que le gustaría que comenzaran todos juntos, viendo como aquí viene el sol en el jardín del pulpo, sintiendo ese algo por su cariño que habría entrado por la ventana del baño cuando era perseguida por el malvado señor mostaza, para concluir con los sueños dorados y terminar cerrando los ojos rezando el mantra: "y al final el amor que tu tomas es igual al amor que tú haces"
Aún cree que las respuestas están en los libros, y de hecho se considera un cobarde por escapar de su realidad mediante las letras, ya sea leyendo o escribiendo. Llora fácilmente, se ríe de sus propios chistes, gusta de los sabores dulces y baila mejor con unos alcoholes encima. Su libro favorito es "El Principito" por hacerlo consiente de su inocencia  y "Diablo Guardián" por quitarle después esa misma inocencia. 
Y para terminar, si no hubiera sido psicólogo le hubiera gustado ser escritor, y parafraseando el final de un libro de Enrique Serna, encontrarse a su madre dentro de un sueño, entregarle el manuscrito de lo que ha sido su vida y decirle mientras le sonríe "mamá aquí está el borrador de mi vida, ¿me lo podrías pasar en limpio?

(Al cierre de esta edición sigue pensando que si en realidad existen los milagros, estos deberían suceder siempre en tu cumpleaños... y sus regalos deberían de llegar.)