El Blog de Marco Polo Pérez Xochipa

viernes, 1 de abril de 2011

NARITA Cap.II

II

El aeropuerto es el único lugar en el que no me engento, en el que tolero la masiva presencia de las personas, quizá sea porque aquí todos estamos de paso, yendo o regresando, todos en movimiento, todos siendo breves en nuestras estancias unos con otros. No hay tiempo de familiarizarse con nadie, con nada, no hay tiempo de crear vínculos, aquí sólo hay que estar mientras el tiempo pasa y nosotros pasamos con él. Siento que siempre he estado así, y siento también que ya no podría vivir de otra manera. Aquí he estado solo y acompañado, viajando o esperando a alguien, llorando y riéndome sin motivo alguno. En la sala de espera aprendí a dejar de fumar, aprendí lo básico de algún idioma, a dormir en el piso, a jugar solitario en la laptop, a memorizar caras que nunca jamás volví a ver. Y en esas salas de partidas es donde siempre me estoy relacionando, cómo me gustaría hacerlo ahora con alguien que esté de regreso, que su idea sea la de por fin quedarse.
Hacer check-in ya no me representa problemas, paso por los detectores de metales de manera rápida y miro condescendiente y a veces hasta molesto a los que aún se tardan porque no saben que deben quitarse todas las cosas metálicas. En la sala de espera hojeo mi pasaporte, lo saqué por diez años y ya está próximo a expirar, veo en la foto mi cara emocionada, era más joven, con el pelo más largo y la mirada diferente. Paso por sus diferentes hojas y veo los sellos de las diferentes aduanas, cada uno me recuerda un viaje, cada viaje me recuerda un momento de mi vida, y cada momento de mi vida me recuerda precisamente eso, que todos son sólo momentos. Ahí sentado antes de que llamen a abordar recuerdo los amaneceres de Roma, en especial los lluviosos, viéndolos desde la ventana tenía tantas ganas de salir a la calle a mojarme, de tomarme otra foto con el coliseo a mis espaldas y volver a recorrer sus fríos túneles, de caminar después la Vía Nazionale dentro de algún abrigo negro muy a la italiana, mientras veía la gran luna llena camino a la Piazza di Spagna. Que ganas de ir a comer a la pizzería di Alfonso en Via delle Muratte, cerca de la fontana di Trevi, y ya estando ahí aventar de espaldas más monedas pidiendo el deseo de un regreso más, esta vez no tan solitario. No puedo evitar pensar en todos esos recuerdos sin ni siquiera tener un nieto a quién platicárselos mientras duerme, que afortunado era mi abuelo.


Vuelo JLL-016, destino: Aeropuerto internacional de Narita en Tokio… Narita… me suena ese nombre, lo recuerdo de alguna historia muy contada por mi abuelo, pero por ahora no la ubico. El abordaje me hace sentir que ahora si he dejado el lugar en el que estaba, ya no hay marcha atrás, por las grandes ventanas veo como preparan al avión, como quien mira el viejo coche que lo lleva al trabajo cada mañana. Me llaman a abordar, y al ir entrando lo primero que vuelvo a escuchar son las turbinas alistándose, guardo mis cosas y me acomodo en mi asiento. Siempre pido pasillo, no importa que pueda morir por desnucamiento víctima del carrito de alguna azafata. Todos piden ventanilla, yo ya superé esa etapa, si es que quiero ver el cielo me levanto, de preferencia en las noches, voy a la cocina por un jugo y me asomo por una ventanilla al lado de los baños, estiro las piernas y me vuelvo a sentir afortunado de estar ahí arriba.
Estaba ya instalado cuando de pronto llegó ella, agitada, a punto de perder el vuelo, su lugar está exactamente al lado del mío y yo me siento el hombre más afortunado de que por fin pueda viajar al lado de una mujer así. Me han tocado niños, ancianos, gordos que no caben, gente que ronca, que no deja de hablar, que llora y que siente que su vida terminará cuando el avión se caiga, pero mi fantasía siempre ha sido la de conocer a esa mujer especial en un vuelo, sería la situación perfecta, podríamos hablar de lo que fuera, sólo seríamos ella y yo compartiéndole algo de música y libros, tal vez después ella me contaría de todo lo que está dejando atrás, que si es su primer vuelo y si está nerviosa, y si tengo suerte en cada turbulencia tomará mi mano, y si la vida es generosa conmigo tal vez se quede dormida recargando su cabeza en mi hombro, y yo, que de por sí nunca duermo, podría disfrutar de todo ese vuelo respirando el aroma de su pelo, que desde el lugar en el que estoy ya se percibe. Y después en medio de la noche, en el que hasta las azafatas duermen, me pediría permiso para pasar he ir al baño, yo sin decir nada me levantaría inmediatamente, ella pasaría frente a mi sin quitarme la vista de encima, la seguiría con la mirada hasta la puerta del sanitario, o como le llaman en España, de los aseos; y en ese preciso momento ella voltearía para mirarme y con una sola señal de sus cejas sabría que me esta invitando a seguirla, para estar los dos solos, y entonces… ¿Me das permiso por favor? Ese de a lado es mi lugar. De pronto regreso a la realidad, creo que he volado mucho tiempo solo.
La noche en que mi novia me dejó volé a París, ahora voy a Japón, dieciséis horas de vuelo son demasiadas para ocupar la mente en otra cosa que no sea pensar, pensar mucho, no sé exactamente cual sea la hora real, no sé ni siquiera en donde estoy. Mientras cruzo alguna porción de mar intento alejarme de todo, quiero abandonar pensamientos y es mi deseo que este día (que ha durado más de veinticuatro horas) todo se valla quedando cada vez más lejos, en cada nube que atraviese este avión. Ella no habla, desde que se sentó se puso los audífonos y se quedó dormida sin recargarse en mi hombro, yo la miro y recuerdo ese cuento del avión de la bella durmiente de García Márquez, en ocasiones la contemplo, vuelvo a recrear la fantasía de hace un momento y una azafata me interrumpe preguntándome ¿meat or chicken? Yo pido lo de siempre y me acompaño de un vino tinto para descansar mejor, el té siempre me ha gustado ingles, sin azúcar y con un poco de crema. La vuelvo a mirar, no va a despertar ni siquiera para cenar.
A punto estoy de quedarme dormido cuando siento que alguien toca mi hombro. Siento despertarte, tengo tapado un oído, ¿tendrás un chicle que me regales? Yo sé que lo tengo, por algún lado los he de haber puesto, cambié un billete en algún Dutty Free y compre chicles porque en ocasiones a mi también se me tapan los oídos. Cuando por fin los encuentro mis ojos ya se han encontrado con los de ella, y al momento que saco la goma de mascar me doy cuenta que en esa bolsa tengo el paquete que me dio mi abuelo, había olvidado que lo llevaba conmigo, de habérmelo encontrado en la aduana me hubiera metido en problemas, pero ahora sé que no es nada peligroso. Gracias, casi nunca me pasa esto ¿no sabes si ya sirvieron la cena? Si hace casi una hora, pensaba despertarte pero te veías muy cansada. Si, los despegues me ponen nerviosa, así que prefiero dormir mientras nos elevamos, es un ritual que tengo cada vez que vuelo. Yo también tengo mis rituales, uno de ellos es comerme la cena que le sirven a quien se ha quedado dormido a mi lado. Su sonrisa es hermosa, al momento de regalármela me vuelve a tocar el hombro y yo siento como un escalofrío recorre mi piel. Me llamo Janete. Nunca lo olvidaré. A punto estoy de decirle mi nombre cuando la primera bolsa de aire provoca un movimiento brusco que ocasiona que ella tome mi mano, no lo puedo creer, mi fantasía se estaba cumpliendo. Platicamos un poco, ahora sé que viaja al extranjero para estudiar, que le gusta escuchar a Alejandro Filio y leer sobre arquitectura, que también se maravilla con cada vuelo y que de la misma manera a veces escribe mientras todos duermen. Me ha contado que sus favoritos son los vuelos nocturnos, que ama al igual que yo la sensación de abandono y soledad que dan las turbinas del avión. Le encanta también cuando por la ventanilla no se ve nada y entonces el sentimiento de vacío es lo mejor que se puede tener. Muy pocas cosas he descubierto en este mundo que me hagan sentir tan bien como eso. Aún es de noche cuando el avión hace su única escala en Vancouver.

Hace más de siete horas que el avión se detuvo en Canadá, no pude salir del aeropuerto pero mis ojos volaron hasta unas montañas nevadas que se distinguían en la noche cerca de la pista de aterrizaje. Estamos a poco más de dos horas de aterrizar, ya quiero llegar, ya quiero ver como es Japón, quiero respirarlo fuerte y sentir así mi vida más mía, esto se trata sólo de mí, no más tragedias, me lo debo.
Pareciera que el avión no se mueve, que está estático, pero al mirar por la ventanilla veo que el movimiento no sólo se da, sino que este ocurre muy rápido, tanto que no lo percibo. El baño del avión sigue ocupado, sobre volamos la isla, T menos una hora con cuarenta minutos, once mil trescientos metros de altura, menos sesenta grados centígrados afuera, en Vancouver ya son la una y media de la tarde, Janete no volvió a subir al avión.

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2 comentarios:

  1. MUY LINDO TU PENSAR Y SENTIR, MUY LINDO LO QUE PUEDES ESCRIBIR INSPIRADO EN TUS VIAJES, MUY PADRE4S ANECDOTAS...ESPERO CON ANSIAS LOS CAPITULOS SIGUIENTES...

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  2. como??? Janete no subio... nooo... Creo que es un viajero en el tiempo...
    y no tiene nietos... pero... esta y muchas otras mas! seran "historias para contarle a los nietos" xD

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